5.4.11

30. La Señora

Fielmente la señora se dispuso a recorrer las mismas calles que por setenta años de biografía narran sus nítidas arrugas de colores. Las calles no eran las mismas a la vista de sus desquebrajados ojos, pero no le importa a su mirada, solo camina sin mirar, solo camina sintiendo el abrumador y sofocante calor de la ciudad de Santiago, miente en sus pasos y acelera, aunque latentemente un pensamiento desborda su cabeza: "¿Para que camino tan rápido si el tiempo que poseo es eterno?, tengo setenta largos años y aun no me he ido; una eternidad narran mis arrugas". Comienza a frenar, empieza a observar a la gente y se pregunta el por que de su prisa, el tiempo es eterno -repite y todos lo tenemos. Apresurarse es solo envejecer, correr es solo para sentir que estas vivo dentro de una ciudad que te mata cada día.
La señora seca el sudor de su frente con su pañuelo celeste floreado mientras sigue su camino tranquilamente por la Alameda. 
"La sociedad pretende avanzar, eso le hacen creer a la gente, estuve setenta años convencida de ello, pero lo único que provocan en la mente de la gente como yo es solo envejecerla y matarla mientras viven tranquilamente".

Los pasos se hicieron largos, pero ella comenzó a disfrutar la caminata, nunca había sentido tal nivel de libertad al caminar por una ciudad claustrofobica.
Todos los días desde 1939 deambula sola por las calles de Santiago buscando aquella interrogante que cambiaría su vida, cuando la encontró sus arrugas se tiñeron con una preciosa sonrisa que mantuvo en cada paso que dio hasta el día que entró a un camino diferente, después de setenta años dejó de caminar para lograr descansar por fin.

Las calles aun poseen el perfume solitario de aquella señora que comprendio el amor de cada paso dentro de la ciudad sin esencia, sin amor.