7.4.13

61. Afortunado, aunque no esté de moda



Como si ya fuera una costumbre ritual el otoño colorea las calles de la aún calurosa metrópoli, dándole a ésta una melodía silenciosa, monocromática, y desgastada pero ya no solitaria como en aquellos alfabetos tristes que inventé por mucho tiempo. No temo al otoño ni menos a la lluvia, no temo a sombras húmedas ni a adoquines grisáceos pisados por mis botas negras. Camino y avanzo.
Todo lo que alguna vez  importó  se esconde en el mismo lugar por donde el sol se acurruca; donde el frío comienza y las nubes se oscurecen, pero no tengo nada más que perdonar solo las huellas que he pintado y conocido a través de mis largos viajes por distintos cielos sin límites. A partir de ese momento deberé contar lo mucho que he visto, lo vívido que me he sentido, y lo nítido de mi presente. Debo contar que desde hace mucho que no sonreía sintiendo desde el fondo de mí mismo aquella felicidad intoxicada de recuerdos que me limitaba a observar. 
El otoño aún no llegaba en ese entonces pero no importó tanto en aquellos momentos, caminé de dos formas y en dos sentidos, ésta vez no fue como estaba acostumbrado a hacerlo, sino que ésta vez no andaba solo. Éramos dos solitarios, amargados, e infelices entes caminando juntos con el corazón destruido, sólo éramos conscientes que el desconocido sur nos esperaba y el viento nos desnudaba. Cada paso hizo que conociéramos nuevas experiencias en nuevos sitios, maravillosos sitios manteniéndonos insomnes ante paisajes de luces y árboles verdes, araucarias altas y lagos celestes, niebla espesa, ferrocarriles a vapor y arquitectura vieja. ¿Recuerdas?. Vivimos una realidad onírica la cual nuestros pasos eran la brújula que al amor aumentaba la intensidad. Cada día añoro aquellos recuerdos, cada día pienso que el abandonado Hotel Marsano en Temuco me unió aún más a tu cariño. Juntos hicimos que el avanzar por dentro de la geografía derribara nuestros propios límites; cada día tomamos nuestras manos más seguros de lo que sentíamos. La niebla era espesa pero podíamos vernos. Los techos eran altos pero aún así alcanzábamos a  mirar por las ventanas hacia la cordillera. 
Nuestros pasos nos acercaban alejándonos del punto de partida, cada beso y caricia me hizo tocar el presente y sentirlo tan real que por algunos momentos desconfié de su veracidad. Me estremecí, mis huesos se calentaban y mis músculos se relajaban; hace tanto que no me sentía tan vivo dejando atrás mi piel gastada. Jugaste a unir mis trozos destrozados, fuiste silencioso y coqueto, lo hacías mientras dormía. Al despertar me sentía fresco y libre. Cuando dormías hice lo mismo. 
Llegamos al destino que quisimos dentro del mapa y lo adornamos con besos y errores, lo coronaste con aquella etiqueta que me aterraba pero nos definiste tan bien que lucíamos muy guapos juntos. Te quise hasta el día de hoy y hoy te quiero aún más, te deseo desde el primer día y mastico tus deliciosos labios sin cansarme nunca. Me he aferrado a tus manos como tú a mis ojos, me has sentido seguro borrando aquella inseguridad a la cual ambos estábamos acostumbrados, hemos llenado de sonrisas la noche y hemos recurrido al alcohol no para intoxicarnos en lágrimas, sino que para compartir juntos una realidad diferente y colorida.
Aquél viaje me hizo conocerte y conocerme, quererte más sin dejarme de querer un momento, agradecerte los pasos y las huellas que temerosos marcamos por adoquines y caminos de tierra, entre árboles y nubes, mojándonos en la lluvia o en un río en San Rosendo bajo un puente. Besándonos frente al Calle-Calle en Valdivia o extrañando nuestros cuerpos  en Lonquimay. Eres más de lo que pensé que serías, eres más de lo que pedía y me llenas de hojas de otoño que pisamos juntos con nuestros lustrados y elegantes zapatos. Agradezco los paisajes porque entre ellos abandoné una pena que volaba cada día, una pena con nombre y apellido que ha quedado atrás en el andén de la estación mientras nosotros abordamos el tren hacia el presente.

Agradezco nuestro primer mes, nuestro mes de etiqueta y canciones bonitas, de fruta y té. Somos afortunados porque nos tenemos, somos afortunados aunque no esté de moda. Me has sanado y yo te quiero, ahora tomaré tu mano más fuerte y sé que no soltarás la mía. Aún quedan paisajes, guardemos pulmones para gritar fuerte, ya que también, quedan muchos momentos para sonreír. 


Gracias. Hoy quedamos los que puedan sonreír.