Ayer, recuerdo, que no fue un buen día, no sé por qué de repente nació esa valentía de querer verte, quizás me sentía tan solo, o sólo necesitaba ser visto por alguien que realmente supiera y conociera lo que veía, tragué y exhalé aquél orgullo cuan humo de cigarrillo que me daña paulatino, no sé por qué, pero por vez primera fui un adulto, incluso un poco más que tú, pero tuve un segundo de fortaleza que quise ocupar de la mejor manera. No sé por qué.
Estuviste ahí y te recuerdo caluroso, quizás por la tarde o tras el beso que quiso extinguirse. No fue más que un beso entre un par de copas y palabras corto-punzantes, un beso que tu boca no me nombró y al parecer tampoco reconoció. Me nombraste distinto a mi nombre y eso es óxido para el motor de un auto antiguo, óxido que comenzó a carcomer las ilusiones que tenían su génesis tras dedos inocentes en alguna parte de mi brazo izquierdo, o el roce sutil de dos piernas desnudas que se buscaban, al parecer. Un beso; no quise jamás que se detuviera, mis labios estaban tan acostumbrados que sintieron lo mismo que el primer día en aquella roñosa cantina hace dos años, lo mismo que sintió mi cuerpo, lo mismo que mi alma, lo mismo que cada vena que socorre sangre, lo mismo fue por tantas horas que estuvimos juntos en estos años.
Sin embargo, el beso no significó más que un beso de despedida, me sentí seguro cuando afirmé que sería la última vez que nos veríamos, obviamente no quería que eso ocurriera pero así será, aunque tus palabras desalentadoras me hayan arrojado al infierno. Por otra parte, sé que mientes porque tus ojos no saben callar, pero mientras seguía la cerveza corriendo por nuestras cabezas, sentí que, al menos por un instante, podrías haberme extrañado y necesitado, la danza de tus dedos por mi piel que reconocía un terreno habitado por ti mismo no fue mentira, no fue sólo una remembranza para olvidar, no fue un recuerdo que se puede desechar, por unos minutos sentimos que aún no existía la palabra "fin" pintada en un letrero que indicaba el término de un "viaje infinito". Pero los segundos se transforman en minutos y estos se desprenden como pétalos de una rosa marchita, quise pensar que podía volver a casa apoyado en tu hombro, sosteniendo tu mano fuerte y mirarte para decirte lo mucho que te amo. Ambos sabemos que eso no ocurrió, y lo que quise, quiero y querré jamás sucederá.
Te culpo porque no tienes la gallardía de ser sincero contigo mismo, porque la compañía de cenizas te resulta más atractiva que la mía propia, porque fumando espero en vano, tú te encuentras en otro lugar de tu mapa, mientras que yo procuro mostrarte el camino hacia mí, el camino que no quieres caminar porque está empinado, porque es agotador, y porque es el único que hay. Lo sabemos los dos, pero quemar las naves jamás fue una de las muchas mentiras que dije, ya que lo que por ti siento son las ganas de caminar-el-camino para buscar adoquines cubiertos de polvo, cenizas y lágrimas.
Las palabras de los hechos nos destrozaron a ambos, no hay quien pueda recomponer lo averiado hoy, hay quien dijo cantando: "el tiempo sólo cura en teoría" y ahora estoy tan de acuerdo. El tiempo sólo ha confirmado lo que ya sabía-que-sentía, he sido conmigo mismo totalmente honesto aunque las palabras en un principio no hayan sido aliadas, quizás no me arrepiento de la génesis de éstas, sino más bien no haberlas dicho en tu cara tras oír alguna explicación del despecho que ambos bebimos e incurrimos. ¿Fue, quizás, un acto de defensa propia? ¿escapatoria? ¿una absurda forma de querer volver a estar juntos?
Aquí estamos, nuestras piezas no se mueven porque los jugadores no pretenden hacerlo, no sé por qué. He aquí tu cara al frente, mis ganas de besarte, y el alcohol que refrescaba y que rellenó los vacíos de un mes vacío.
Finalmente me besaste, posteriormente te he besado, y aunque preferiste nombrar cenizas antes que mi nombre, logré ver aquél letrero que pinta el "fin" del viaje infinito. Aquél camino empinado, del que hablé, comienza a llenarse de zarzamora y divisamos direcciones distintas en la rosa de los vientos. Preferí escapar, huir y evitar la despedida helada que dibujaríamos entre el abrazo del que sabía que no sería una opción desprenderme. No fue una acción madura y no me arrepiento de haber desaparecido entre las gentes de los espacios, quizás eso no sería tan doloroso como el beso que no me nombró, o el abrazo que nunca apareció.
Sólo fueron besos entre labios que se conocían y que habían aprendido el arte de estar juntos, sólo fueron besos que no fueron más que eso. No sé por qué.