28.10.13




....mira como te ves, 
estás más triste, 
estás más solo hoy 
de lo que estuviste ayer 
antes de perderlo todo,
hablando lo que se fue.


25.10.13

67. Soy

Una pared adornada con cartones. Un muro pintado de logros de los cuales en tu familia se sienta el orgullo cuan aroma perfuma una habitación vacía. Cinco años de estudios para que tus padres o tus abuelos, por ejemplo, vanaglorien sus referencias de mi a partir de mi título de pre-grado. Realmente, ¿eso es lo único que vale?, ¿eso es lo que seré?, ¿soy nada pese a lo nada que me siento?
El casi reglamentario pensamiento a alguien que comienza una carrera universitaria es "serás alguien en la vida", "con esto lograrás ser alguien". ¿Broma?, por ende, puedo afirmar, a partir de esos ideales, que realmente no soy nada ni nadie hasta que un cartón me defina como persona. Sé lo pésimo que soy como intelectual, sé lo que mi baja y paupérrima autoestima ha hecho de mi a lo largo de veinte años (veinte porque desde ahí tengo noción de existencia -recuerdos-), pero, realmente condicionarme a lo que un David futuro podrá ser diciendo que hoy es sólo un capullo sin inteligencia que está resguardado por paradigmas guiados por la irresponsabilidad de lo que muchos llaman flojera, ¿flojera?, yo siento que eso va mucho más allá, siento que ese concepto realmente se llama DESMOTIVACIÓN. ¿Hacia qué? Bien, en palabras de Alejandra Pizarnik, "El título y los medios. Medios para defenderme en la lucha con (contra) la vida, para que no me pisoteen. ¡Bah! Jamás voy a morir de hambre. Me entristezco. Soy un ser sin futuro. Me dejo llevar. Debe ser por eso por lo que amo las hojas. Sin embargo, debo estudiar para decir que estudio. De lo contrario no valdré nada. Mi madre quiere que estudie. Quiere que tenga un título. (Sonrío despreciativa.) ¡Qué me importan los títulos! Digo que quiero ser escritora. ¡Bah! Son cosas al margen dicen. ¡Al margen! Ellos no saben lo que es llorar sobre una hoja vacía y llenarla pacientemente con signos creados por una misma. Parece cola de magia. Llenar un cuadernillo que estaba desnudo y triste. Darle vida entregándole lo mejor que una tiene dentro." (Diarios, 2003)
 No saben. No saben que a lo que realmente quiero aspirar, no saben que ya no soy una ideología adolescente con la que pisoteaba la sociedad hace unos años. He crecido, lo sé, pero pese a eso no entiendo por qué no saben la raíz de la desmotivación. Mis investigaciones no radican dentro de aburridas cátedras sobre revoluciones latinoamericanas en el siglo XX, ni menos sobre el surgimiento de los personajes excluidos dentro de la hegemónica historiografía nacionalista, ¡nada de eso!, menos las luchas de clases que me resultan tan obvias, tan necesarias y tan aburridas. Sé de eso, no soy experto, lo sé,  pero le tomo el peso a mi intelecto cuando comprendo de ellas. Comparto el hecho de que debemos saber de todo, como me ha enseñado hasta el cansancio mi abuelo, hasta de lo que no nos interesa, pero no me hablen de flojera cuando me obligan a ahondar más en temas que la verdad no son de mi interés personal. Mis ramas académicas fotografían otros paisajes, otras miradas y otros contextos. 
Siento aquellas miradas menospreciables hacia mis conocimientos a partir de mi "flojera", o de mis ganas de masturbarme antes de estudiar el movimiento obrero de las fábricas textiles en Tomé. No miro en menos aquél conocimiento ni menos me siento superior al respecto, son las miradas casi ignorantes que aluden a visiones mediocres respecto a mi persona por mi escaso interés frente a ellas. Quiero escribir. Es lo único que tengo claro. No quiero la docencia. No comencé mi carrera aferrándome a ese sueño. No tengo la vocación para hacerlo ni menos las ganas de serlo. No me interesa.

Mi autoestima cada vez va en declive, mi vida personal cada vez es más y más compleja. Mis ánimos no son los mejores, lo sé, me esfuerzo en ser el mejor, pero realmente todo me sale al revés. 

Pese a mi crítica, pese a mi queja ahogada en el silencio de estas letras respecto a lo que es la visión clásica de una persona en el mundo académico, lo sé, estoy en crisis. Lo sé. Mi nihilismo aumenta cada día y ya poco trasciende el conocimiento que voy adquiriendo. Me empapo de él pese a no tener las mejores calificaciones, pero no necesito un sistema de números que evalúe lo que yo sé-que-sé, siento que la gente que espera calificaciones excelentes es realmente estúpida, sólo se esfuerza por una número positivo y no por lo que realmente aprendió al leer esas páginas. Aunque está bien, cada quién avanza con los zapatos que más les acomode, pero yo quiero verme bien, por eso utilizo siempre el tacón en mis zapatos bien lustrados de joven burgués. Da lo mismo cómo camine, pero siempre pretendo caminar bien, elegante y significativo, con clase y seguro de lo que soy y de cómo avanzo.

¿Flojera?
No, no es flojera. Sé que soy irresponsable en bastantes aspectos y mediocre en otros más, pero soy calculador. Maquiavelo afirma que los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos; porque el ver pertenece a todos, y el tocar a pocos. . . El vulgo se deja siempre coger por las apariencias. . . Y en el mundo no hay sino vulgo(El Príncipe). Vale decir que el juicio de los otros respecto a sus opiniones infundadas me son tan intrascendentes como cualquier materia que realmente no me importe; la conozco y la critico. Me aburro y sigo en busca de aquél interés que es el motor de mi existencia.

No me hablen sin saber de mi antes. No se refieran a David Latapiatt sin si quiera conocer lo que él sabe ni lo que él piensa. No menosprecien la experiencia porque realmente éste personaje trascenderá. Da lo mismo la baja autoestima, sé lo que soy, sé lo que valgo, sé-lo-que-sé y hasta donde puedo llegar. Da lo mismo que piensen que el (los) título lo es todo. 
Un militar no es bueno por la cantidad de estrellas que tiene en su uniforme, sino que es bueno por la forma y la inteligencia que tiene al pelear, aunque esté aún haciendo el Servicio Militar.

6.10.13

66. Éramos.

Somos más de lo que el mismo saber-pudo-saber aquél día cinco en esa cantina de aspecto deplorable, ayer se cumplió un año de la existencia de nuestro hoy, ayer, recuerdo tan lucidamente casi todo aunque ambos sabemos que no lo estábamos, ninguno de los dos sintió que esa noche hizo frío, ninguno de los dos se percató de la neblina o de los dedos congelados, ninguno de los dos sintió nada más que la presencia del otro, que el cuerpo del otro, las manos, las miradas que escapaban de la trascendencia, los ojos estaban tan cerrados que ninguno se percató de nada, nada importó, nada, no importaron nuestras penas; yo no estaba bien, tú tampoco, pero no lo supimos esa noche, aunque el diálogo sin importancia no se detenía, teníamos mucho de qué hablar, pero el alcohol nos tocó muy pronto. No fue en aquél momento en el cual realmente te vi, pero fue la primera vez te sentí, sentí tus dedos y besos que realmente me embriagaron aún más de lo que ya estaba, dedos y besos en círculos, bailando en la noche, en una noche que no tuvo sentido, una noche en la cual jamás pensamos un hoy.

Es un año, una fecha extraña y deforme, pero fue esa noche en la que unimos los destinos, nacimos de la casualidad del alcohol, de la casualidad de las lágrimas, de la casualidad de los desamores, de la casualidad de la nada misma que nos juntó aunque no de inmediato. Ambos teníamos que volver a caer para encontrarnos en el suelo por última vez, ambos debíamos besar a la persona equivocada, ambos debíamos sufrir por aquél cuerpo que nos abrazó pero que no tenía calor, un cuerpo que no trascendió, que se encontraba en el fondo de una caña  de vino y que al día siguiente no recordáramos por la resaca. 

Pasaron tantos nudos en la garganta antes de que realmente nos conociéramos, después de que nos besáramos, antes de que nos miráramos. Ya no recuerdo cuántos, no sé cuántas veces habré escapado de mí mismo e imagino cuántas veces también lo hiciste, sé cuán solos nos solíamos sentir. Cuán perfumados de tristeza éramos. El glamour de la desesperanza.
Un año del que recuerdo todo, del que no me arrepiento de nada y del que he aprendido mucho y llorado poco. 
No nos conocimos en el mejor momento de nuestras vidas, nuestros ojos aún tenían lágrimas secas y las marcas oscuras de la soledad que cubríamos con maquillaje, pese a eso seguíamos siendo apuestos. No me sentí feliz de haberte conocido, no me importó en lo absoluto dentro ese instante, sólo quería seguir bebiendo de tus besos y embriagándome con ellos después de haber fumado con mis dedos impregnados con las partículas de tu cuerpo. 

No me sentí feliz de haberte conocido ayer, pero hoy todo es distinto, hoy celebro aquella primera casualidad, hoy eres de mí y me siento feliz. Hoy no es igual que ayer, ya no hay lágrimas, ya no hay fantasmas, ya no hay dedos fríos ni ojos apagados, sólo cuerpos tibios y labios que son sólo para el otro. Te amo hoy, agradezco el ayer, ya que gracias a éste nos encontramos después de haber estado tan perdidos en el laberinto con un sólo camino. Un laberinto sin salida. Éramos y estábamos. Solíamos ser y estar. Un día ayer no fue igual.

No creo que haya sido casualidad que nuestros dos caminos se cruzaran en la mitad de ésta carretera que es la verdad, la mayoría de las veces sólo da soledad.

De pronto te amé. De pronto solíamos ser algo tan diferente que hoy sólo somos un recuerdo del ayer que vencimos. De pronto somos hoy, de pronto seremos mañana.













Gracias por ser mi mejor casualidad, mi mejor hoy y esperar el amanecer de nuestro mañana.