6.10.13

66. Éramos.

Somos más de lo que el mismo saber-pudo-saber aquél día cinco en esa cantina de aspecto deplorable, ayer se cumplió un año de la existencia de nuestro hoy, ayer, recuerdo tan lucidamente casi todo aunque ambos sabemos que no lo estábamos, ninguno de los dos sintió que esa noche hizo frío, ninguno de los dos se percató de la neblina o de los dedos congelados, ninguno de los dos sintió nada más que la presencia del otro, que el cuerpo del otro, las manos, las miradas que escapaban de la trascendencia, los ojos estaban tan cerrados que ninguno se percató de nada, nada importó, nada, no importaron nuestras penas; yo no estaba bien, tú tampoco, pero no lo supimos esa noche, aunque el diálogo sin importancia no se detenía, teníamos mucho de qué hablar, pero el alcohol nos tocó muy pronto. No fue en aquél momento en el cual realmente te vi, pero fue la primera vez te sentí, sentí tus dedos y besos que realmente me embriagaron aún más de lo que ya estaba, dedos y besos en círculos, bailando en la noche, en una noche que no tuvo sentido, una noche en la cual jamás pensamos un hoy.

Es un año, una fecha extraña y deforme, pero fue esa noche en la que unimos los destinos, nacimos de la casualidad del alcohol, de la casualidad de las lágrimas, de la casualidad de los desamores, de la casualidad de la nada misma que nos juntó aunque no de inmediato. Ambos teníamos que volver a caer para encontrarnos en el suelo por última vez, ambos debíamos besar a la persona equivocada, ambos debíamos sufrir por aquél cuerpo que nos abrazó pero que no tenía calor, un cuerpo que no trascendió, que se encontraba en el fondo de una caña  de vino y que al día siguiente no recordáramos por la resaca. 

Pasaron tantos nudos en la garganta antes de que realmente nos conociéramos, después de que nos besáramos, antes de que nos miráramos. Ya no recuerdo cuántos, no sé cuántas veces habré escapado de mí mismo e imagino cuántas veces también lo hiciste, sé cuán solos nos solíamos sentir. Cuán perfumados de tristeza éramos. El glamour de la desesperanza.
Un año del que recuerdo todo, del que no me arrepiento de nada y del que he aprendido mucho y llorado poco. 
No nos conocimos en el mejor momento de nuestras vidas, nuestros ojos aún tenían lágrimas secas y las marcas oscuras de la soledad que cubríamos con maquillaje, pese a eso seguíamos siendo apuestos. No me sentí feliz de haberte conocido, no me importó en lo absoluto dentro ese instante, sólo quería seguir bebiendo de tus besos y embriagándome con ellos después de haber fumado con mis dedos impregnados con las partículas de tu cuerpo. 

No me sentí feliz de haberte conocido ayer, pero hoy todo es distinto, hoy celebro aquella primera casualidad, hoy eres de mí y me siento feliz. Hoy no es igual que ayer, ya no hay lágrimas, ya no hay fantasmas, ya no hay dedos fríos ni ojos apagados, sólo cuerpos tibios y labios que son sólo para el otro. Te amo hoy, agradezco el ayer, ya que gracias a éste nos encontramos después de haber estado tan perdidos en el laberinto con un sólo camino. Un laberinto sin salida. Éramos y estábamos. Solíamos ser y estar. Un día ayer no fue igual.

No creo que haya sido casualidad que nuestros dos caminos se cruzaran en la mitad de ésta carretera que es la verdad, la mayoría de las veces sólo da soledad.

De pronto te amé. De pronto solíamos ser algo tan diferente que hoy sólo somos un recuerdo del ayer que vencimos. De pronto somos hoy, de pronto seremos mañana.













Gracias por ser mi mejor casualidad, mi mejor hoy y esperar el amanecer de nuestro mañana.


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