
No sé en qué momento los adoquines dejaron de pintar aquellas sombras que se desplazaban seguras, y que avanzaban rápido, aquellas siluetas que silenciosas se detenían para un beso tímido mientras hacían danzar algún dedo que no estuviese ocupado con un cigarrillo o un refresco. Era un viaje infinito de miradas eternas y profundas, que a pesar del calor del verano, o el frío del invierno, el ritual era constante. He conocido y sentido tanto sobre esos adoquines grisáceos que realmente mis ojos describirían bellísimas historias cual verdad expresan los latidos de mi corazón al mirarte.
A veces cogíamos un tren que nos mostraba paisajes, otras veces un bus pero siempre existió un transporte que nos llevaba a algún lugar con adoquines para caminar, y así fue. Llenos de miradas llenas y palabras repletas que nos embriagamos con cada partícula de felicidad que había al final de la botella; aunque el camino no contemplara un atardecer que nos mostrara el final, sabíamos dónde íbamos, sabíamos que debíamos llegar al destino que eligiéramos a partir de algún mapa, pero ninguno de los dos sabía cómo era el camino que seguíamos, ya no habían adoquines y sólo piedras resbalosas, cada desafío fue un despertar para cada latido de nuestros corazones que bombeaban sangre, la sangre fluía más rápido y fina, nuestros dedos continuaron danzando en el roce constante mientras que nuestros ojos no se equivocaban jamás en acompañar sonrisas por segundo. El camino se tornó más difícil y comencé a caer por olvidar caminar, no sé cómo olvidé algo tan simple pero mis rodillas nunca habían sentido ese dolor. Cuando dejé de ver mis heridas tú caminabas un poco más adelante, retrocediste para alentarme y me levantara, lo hice, aún así caminabas más adelante que yo, tu espalda lucía hermosa a algunos metros de distancia, contemplé ese cuerpo del que estoy enamorado y corrí a buscarte para poder besarte, lo hice y seguimos caminando a paso firme al mismo tiempo que el sol se escondía y las luciérnagas despertaban para cantar, sólo que ahora tus pasos eran más rápidos que antes y el frío danzaba en nuestros cuerpos inertes que sólo caminaban sin mirar.
Nunca pensamos que la noche llegaría y que no podríamos ver nuestros pasos, y que tampoco podríamos ver las piedras gigantes con las cuales ambos tropezaríamos. Eras tan hermoso bajo el reflejo de la luna que tu perfección no se vio nunca opacada vista desde el suelo, aunque estuvieses varios metros adelante de mi, te veía sin problemas, pero al parecer tú no me viste, estabas enojado porque caí pero no apreciaste el hecho de que me puse de pie y comencé a cojear, era difícil caminar con las piernas ensangrentadas pero lo hice sin problemas. Tú sólo seguías con prisa y la noche no concluía.
Seguiste caminando sin problemas pero no mirabas hacia atrás para ver cómo estaba, yo seguía cojo pero intentaba alcanzarte y hacerme notar bajo tus ojos negros, sólo pensabas en la sangre de mis rodillas y en las veces que me caí, pensaste que seguía en el suelo y que la flojera no me dejaba caminar, pero erraste, cojeaba tan rápido que cuando comencé a alcanzarte tú corriste, la luna ya no te coloreaba y el sendero era plano, te vi tan lejos que el frío congelaba mi cuerpo, tiritaba y corría a la vez, en ningún momento pensé si quiera en rendirme para devolverme o coger otro camino que me llevase más rápido a algún lado, no, seguía cojeando pero continué caminando para alcanzarte y rozar tus dedos con los míos que estaban helados, besar tus labios con los míos que tiritaban entre lágrimas, pero estabas tan lejos que ya no podía planear nada, estabas en un camino que no conocía y no sabía cómo alcanzarte. A ratos te veía caminando y alardeando de tus pasos, alardeando de tus conocimientos de excursionista pero también tenías heridas en las piernas porque caíste varias veces sin que yo me diera cuenta, eso creías, porque lograste ponerte muy rápido de pie. Era el fin, veíamos el fin, pero no del camino y tampoco juntos, mis caídas te significaron la impureza de mis pasos y la superioridad de tu inocencia, dabas por sentado que por haberme caído en zonas en las cuales no debí no era confiable continuar caminando juntos. No confiabas en que mis pasos querían ir a la par contigo, que mi cojera se sanaría unos metros más allá, no quisiste más que seguir solo, no quería que el viaje infinito fuera finito pero preferiste continuar sin mi. Tu terquedad y tu ceguera no pudieron más que ignorar que estaba a unos metros de ti, que en cada segundo me acercaba algunos centímetros, la noche era tan bella que tampoco observaste las estrellas que nos adornaban dentro del silencio del desierto en el que nos encontrábamos.
Me han dicho que sigues caminando por tu cuenta, estoy seguro que te has tropezado varias veces pero no quieres que nadie lo sepa porque crees en la perfección, crees que tus pasos son los indicados y el individualismo ha despojado tus ilusiones. Jamás perdonaste mis caídas y nunca creíste que me pondría de pie, pensaste en algún momento que era demasiado flojo y esperaba tu mano con dedos tibios para que me ayudase, pero nunca me viste cojear atrás tuyo y ver que yo mismo podía ponerme de pie por mis propios medios.
Vemos el fin de este viaje infinito y ya no somos afortunados, aunque no esté de moda ahora somos dos y ya no uno, dejamos que la casualidad más hermosa quedase extraviada en algún lugar del camino, pero así es, extraño el roce de nuestros dedos y las miradas cómplices que invitaban a un beso o a algo más, aún camino buscando tus huellas en la arena, quizás volaste o desapareciste, pero te sigo, para mi el viaje infinito continúa y cada lágrima es un clamor a tu cuerpo y alma en el silencio. Sigo cojeando pero ya he sanado. Vemos el fin que ninguno de los dos quiere, vemos el fin que ninguno de los dos siente, vemos el fin de la noche y ahora ya es de día, pero ni con ayuda del sol puedo ver tu rastro adelante de mí.
Yo seguiré el camino aunque tropiece y recuerde que te quiero conmigo, en realidad.
Nunca pensamos que la noche llegaría y que no podríamos ver nuestros pasos, y que tampoco podríamos ver las piedras gigantes con las cuales ambos tropezaríamos. Eras tan hermoso bajo el reflejo de la luna que tu perfección no se vio nunca opacada vista desde el suelo, aunque estuvieses varios metros adelante de mi, te veía sin problemas, pero al parecer tú no me viste, estabas enojado porque caí pero no apreciaste el hecho de que me puse de pie y comencé a cojear, era difícil caminar con las piernas ensangrentadas pero lo hice sin problemas. Tú sólo seguías con prisa y la noche no concluía.
Seguiste caminando sin problemas pero no mirabas hacia atrás para ver cómo estaba, yo seguía cojo pero intentaba alcanzarte y hacerme notar bajo tus ojos negros, sólo pensabas en la sangre de mis rodillas y en las veces que me caí, pensaste que seguía en el suelo y que la flojera no me dejaba caminar, pero erraste, cojeaba tan rápido que cuando comencé a alcanzarte tú corriste, la luna ya no te coloreaba y el sendero era plano, te vi tan lejos que el frío congelaba mi cuerpo, tiritaba y corría a la vez, en ningún momento pensé si quiera en rendirme para devolverme o coger otro camino que me llevase más rápido a algún lado, no, seguía cojeando pero continué caminando para alcanzarte y rozar tus dedos con los míos que estaban helados, besar tus labios con los míos que tiritaban entre lágrimas, pero estabas tan lejos que ya no podía planear nada, estabas en un camino que no conocía y no sabía cómo alcanzarte. A ratos te veía caminando y alardeando de tus pasos, alardeando de tus conocimientos de excursionista pero también tenías heridas en las piernas porque caíste varias veces sin que yo me diera cuenta, eso creías, porque lograste ponerte muy rápido de pie. Era el fin, veíamos el fin, pero no del camino y tampoco juntos, mis caídas te significaron la impureza de mis pasos y la superioridad de tu inocencia, dabas por sentado que por haberme caído en zonas en las cuales no debí no era confiable continuar caminando juntos. No confiabas en que mis pasos querían ir a la par contigo, que mi cojera se sanaría unos metros más allá, no quisiste más que seguir solo, no quería que el viaje infinito fuera finito pero preferiste continuar sin mi. Tu terquedad y tu ceguera no pudieron más que ignorar que estaba a unos metros de ti, que en cada segundo me acercaba algunos centímetros, la noche era tan bella que tampoco observaste las estrellas que nos adornaban dentro del silencio del desierto en el que nos encontrábamos.
Me han dicho que sigues caminando por tu cuenta, estoy seguro que te has tropezado varias veces pero no quieres que nadie lo sepa porque crees en la perfección, crees que tus pasos son los indicados y el individualismo ha despojado tus ilusiones. Jamás perdonaste mis caídas y nunca creíste que me pondría de pie, pensaste en algún momento que era demasiado flojo y esperaba tu mano con dedos tibios para que me ayudase, pero nunca me viste cojear atrás tuyo y ver que yo mismo podía ponerme de pie por mis propios medios.
Vemos el fin de este viaje infinito y ya no somos afortunados, aunque no esté de moda ahora somos dos y ya no uno, dejamos que la casualidad más hermosa quedase extraviada en algún lugar del camino, pero así es, extraño el roce de nuestros dedos y las miradas cómplices que invitaban a un beso o a algo más, aún camino buscando tus huellas en la arena, quizás volaste o desapareciste, pero te sigo, para mi el viaje infinito continúa y cada lágrima es un clamor a tu cuerpo y alma en el silencio. Sigo cojeando pero ya he sanado. Vemos el fin que ninguno de los dos quiere, vemos el fin que ninguno de los dos siente, vemos el fin de la noche y ahora ya es de día, pero ni con ayuda del sol puedo ver tu rastro adelante de mí.
Yo seguiré el camino aunque tropiece y recuerde que te quiero conmigo, en realidad.
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