"Si las copas dan consuelo, aquí estoy con mi desvelo para ahogarlo de una vez. Quiero emborrachar mi corazón para después poder brindar por los fracasos del amor".
21.4.15
"Si las copas dan consuelo, aquí estoy con mi desvelo para ahogarlo de una vez. Quiero emborrachar mi corazón para después poder brindar por los fracasos del amor".
82. Tres meses.
¿Para qué voy a mentirte? Esto lo esperaba, sin embargo lo quería toda vez nuevamente. Aquél viaje infinito se tornó inconcluso porque en algún momento, y yo sin darme cuenta, falleciste. Sí, en verdad no sé cómo sucedió, menos el porqué, sólo sé que en tres meses dejaste de respirar y tu corazón de latir, no me percaté hasta que, en cierta ocasión, escuché en los adoquines grises tus pasos al ritmo de tu inconfundible alegría, era imposible, eras tú que estabas de vuelta, pero fue sólo el eco de los recuerdos, sólo un momento de vulnerabilidad tras no aceptar tu muerte, sólo el fantasma de días nublados y noches lluviosas.
Comencé a caminar solo, intenté que tu rostro no se materializara en besos y caricias en mis sueños despiertos, pero fracasé, de igual forma me esforcé para caminar sin mirar atrás, pero cuanto más enfocaba mi vista hacia el frente, más veía lo que ya era pasado, un espejo retrovisor en donde, cuan film, aparecías sonriendo estúpidamente por alguna trivialidad mía, el vacío de tu voz diciendo mi nombre y tus manos pidiéndome que jamás las dejara ir. Verte reír, sólo pensaba aquello cuando tus dedos se enredaban en mis manos, tus ojos que se abrían y cerraban cuando te besaba, y tu cuerpo en el que dibujaba mis huellas me era correspondido. Claro, toda esa imagen el dicho espejo reflejaba, no era más que eso, el pasado al frente de mi presente. Eras pasado, eres pasado, estás muerto, pero de alguna forma tu fantasma estaba aquí.
No te mentiré, recorrí el sur buscándome, pero te encontré en una que otra calle, caminabas adelante y yo ya me quedaba muy atrás, pero a veces olvidaba, por un instante que ya no existes (pero igual te vi), aunque eso pareció importarme poco, ya que, me resigné al luto porque creí que seguías acá. Prendí un cigarrillo, borré las lágrimas secas de mis ojos y construí una sonrisa. En ese momento fue cuando oí tu voz diciéndome que estabas cerca. Llegué a Santiago y comencé a buscarte poco a poco, rincón a rincón, y, adivina; te encontré. Traías una cara de niño castigado que me conmovió, corriste a abrazarme, te abracé y en un segundo tu cuerpo frío calentó los pedazos de corazón salpicados en el piso. Tomaste mi mano y te seguí, no dejé de besarte y me olvidé de lo anterior. Fuiste mío como yo también de ti, estabas helado pero no me importó, la ilusión de volver a ser uno gestaba aquella sonrisa que sólo el alcohol sacó antes; génesis de un momento en el que me llevaste a correr y yo te miraba saltar, brillabas ante mí y me sentí feliz por cinco minutos. El cielo nublado era perfecto y se veía llover, esperábamos la lluvia, pero tus dedos suaves me invitaban a continuar el camino.
Vi adoquines por doquier y nuestros zapatos hacían eco en ellos, te vi adelante y apuré el paso para no perderte, ya el paisaje había cambiado pero la nitidez de tu silueta se hacía borrosa, comenzaban a pasar imágenes del pasado pero, sin embargo, te veía cada vez más difuminado. No entendí nada, pero en ese momento me importaba sólo alcanzarte, tu mano me tomó por última vez pero ahora tenían la misma forma de humo que de mi boca sale cuando fumo, te habías ido. Es desde ese momento en el que comprendí que estabas muerto, me llevaste a tu lápida en donde se inscribía un NN, para que te viera por última vez, descansabas en paz y yo no te dejé ninguna flor.
Me devolví a casa y no te oí más, no sé en qué segundo creí que un muerto podría vivir, quizás la ilusión de volver a tenerte jamás me abandonó, y no sé si me abandonará, pero al menos ya sé en donde estás, ya sé que tres o cuatro meses te bastaron para despedirte, sólo sé que tu nombre es un desconocido bajo una cruz rota, en un patio abandonado, ya sin flores ni adoquines, ya sin ilusiones ni viajes infinitos.
4.4.15
81. Como quisiera decirte.
Un día como hoy (que no coincide con aquel día), hace mucho tiempo eso sí, tanto que la verdad no me acuerdo de la fecha exacta, sentí por primera vez lo que siento hoy. La ilusión de un presente que atañe con cobardía un futuro que suena en lo más profundo de los silencios, de los pensamientos, y de este brillo en mis ojos que, desde el primer día, ha sido el mismo y lo será hasta masticar la última partícula de un nosotros que se refugia nuestros labios de besos infinitos.
Reiterativas son aquellas palabras que usamos siempre para describirnos, igual que las frases que, insistentemente, podemos leer en nuestra novela. Quizás un cliché que define la gallardía de lo nuestro y el afán de los futuros que vemos en el presente, el abandono del pasado y el querer crecer para, toda vez, avanzar.
Las horas pasan y comenzamos a detenernos en segundos que trascienden para herir nuestros ojos y alejar los pasos que alguna vez unieron esos adoquines que por las tardes de otoño, al unísono, marcaban nuestras huellas entre sonrisas. Nos hemos distanciado tanto, que los mapas no siguen la línea de la lejanía entre los dos. Me aferro a metas que veo entre ojos lacrimosos, susurro a mis sueños "nunca he dejado de amarte, nunca haz dejado de amarme" pero las palabras sangran en la noche, adoloridas e innatas, casi por inercia gritan y las acciones las callan.
Son tres meses ya desde que no nos tenemos, desde que decidimos que queremos tenernos pero entre más decimos (reitero) las palabras se desangran y mueren allí mismo. No quiero más frases que sigan aumentando el número de semanas sin ti, siento que comienzo a apartarme, pero viajamos en el mismo tren pero distintos coches; yo miro por la ventana y tú también, pero no hemos notado que, a pesar de todo, compramos un boleto para el mismo tren y que nos bajaremos en la misma estación.
Un día como hoy me siento triste, borracho y solo, pienso en lo mucho que quiero hacer y en los frenos de las palabras que colorean rojo las luces para avanzar. El hielo suaviza la amargura de este trago con sabor a lágrimas destiladas, teñido del brillo de mis ojos que te esperan en silencio y no tanto, que a veces contrastan con la ventana del vagón en el que miro dichos paisajes y, dibujándote tal y como un recuerdo que cae como aquella gota de la lluvia que choca en el pavimento y se mutila, como esas marcas áridas y desoladas en la ruta entre mis ojos y hacia los labios que te besan de cuando en vez.
Recuerda que en tus bolsillos se encuentra aquel boleto que indica tu destino, no olvides que estaré allí fumando un cigarrillo en el andén de la estación, quizás no te des cuenta por la neblina paulatina que cambia de momento en situación, pero mi abrigo negro tiene huellas de tus abrazos que indican aquel perfume que ha acompañado los paisajes de tres meses desde aquel día nefasto, pero que en el andén se hacen segundos desde el momento en que no puedo olvidarte y te veo, que debo tenerte y que debo dejar de alzar apresuradamente el pañuelo blanco para despedirte, pero que sin embargo el tren comienza a partir lento sin dejar aún la estación. No me dejes, por favor, sube. Un día como hoy tienes el mismo boleto que yo, vamos por la mismo ruta, es innecesario suspirar más horas sin un nosotros.
Las horas pasan y comenzamos a detenernos en segundos que trascienden para herir nuestros ojos y alejar los pasos que alguna vez unieron esos adoquines que por las tardes de otoño, al unísono, marcaban nuestras huellas entre sonrisas. Nos hemos distanciado tanto, que los mapas no siguen la línea de la lejanía entre los dos. Me aferro a metas que veo entre ojos lacrimosos, susurro a mis sueños "nunca he dejado de amarte, nunca haz dejado de amarme" pero las palabras sangran en la noche, adoloridas e innatas, casi por inercia gritan y las acciones las callan.
Son tres meses ya desde que no nos tenemos, desde que decidimos que queremos tenernos pero entre más decimos (reitero) las palabras se desangran y mueren allí mismo. No quiero más frases que sigan aumentando el número de semanas sin ti, siento que comienzo a apartarme, pero viajamos en el mismo tren pero distintos coches; yo miro por la ventana y tú también, pero no hemos notado que, a pesar de todo, compramos un boleto para el mismo tren y que nos bajaremos en la misma estación.
Un día como hoy me siento triste, borracho y solo, pienso en lo mucho que quiero hacer y en los frenos de las palabras que colorean rojo las luces para avanzar. El hielo suaviza la amargura de este trago con sabor a lágrimas destiladas, teñido del brillo de mis ojos que te esperan en silencio y no tanto, que a veces contrastan con la ventana del vagón en el que miro dichos paisajes y, dibujándote tal y como un recuerdo que cae como aquella gota de la lluvia que choca en el pavimento y se mutila, como esas marcas áridas y desoladas en la ruta entre mis ojos y hacia los labios que te besan de cuando en vez.
Recuerda que en tus bolsillos se encuentra aquel boleto que indica tu destino, no olvides que estaré allí fumando un cigarrillo en el andén de la estación, quizás no te des cuenta por la neblina paulatina que cambia de momento en situación, pero mi abrigo negro tiene huellas de tus abrazos que indican aquel perfume que ha acompañado los paisajes de tres meses desde aquel día nefasto, pero que en el andén se hacen segundos desde el momento en que no puedo olvidarte y te veo, que debo tenerte y que debo dejar de alzar apresuradamente el pañuelo blanco para despedirte, pero que sin embargo el tren comienza a partir lento sin dejar aún la estación. No me dejes, por favor, sube. Un día como hoy tienes el mismo boleto que yo, vamos por la mismo ruta, es innecesario suspirar más horas sin un nosotros.
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