Habría preferido que mis palabras te hicieran sentir incómodo y me las devolvieras con aquella mirada odiosa y cansada que te caracteriza. Hubiese preferido que no me hayas perfumado porque aún me siento embriagado con el aroma de tus letras.
Me siento tan estúpido pero no desconozco aquella sonrisa ridícula que en mi cara se tatúa. Mis labios sólo cometen el crimen del silencio pero aún así recuerdo tu boca susurrándome palabras junto a tu aliento con sabor a café y galletas. No sabes cómo te he recordado, sin parar, en este mes asesino. Entre silencios obscuros y los rayos del sol atravesando mis wayfarer. A veces te siento tan cerca y otras veces me haces tanta falta como un cigarrillo junto al café al desayuno. Te he amado desde que en tus ojos descubrí aquella chispa que me paralizaba y me decía "ahora sí", ahora que no la tengo lo sigo haciendo sin dejar pasar ningún segundo, ahora que tus labios sólo mastican las partículas de la quietud, de la responsabilidad y el estresante ajetreo de tu vida sólo me queda resignarme y olvidarte y dejar atrás aquéllos sentimientos que bañaron mis sonrisas en los mejores dos años de toda mi vida.
No construyo mis pensamientos en base a ilusiones o utopías. Siempre he creído en la realidad de los hechos y que el poder de la historia lo determina el hombre. No obstante me contradigo de repente sintiendo aquella ilusión utópica en la que nuevamente te beso y te tengo en cada segundo. Sé que no será así y es claro que es imposible, pero como todas las utopías se caracterizan de imposibles me jacto de tener juicios inalcanzables.
Hubiese preferido que mis palabras no te hayan dado alegría aunque me alegré mucho cuando me lo confesaste. Habría optado por el silencio para ir de a poco desquebrajando aquél brillo que mis ojos admiran de tu mirada distante.
No estoy triste pero tampoco tengo ánimos de seguir luchando o de seguir amándote como nunca he dejado de hacerlo.
Que tu perfume se desvanezca en mi piel y se esfume con el humo de este último cigarrillo entre mis dedos.
28.3.12
22.3.12
13.3.12
9.3.12
51. Carta a NADIE.
10.03.12
Nunca he sabido cómo empezar una carta independiente a quién vaya dirigida ésta. Sean cartas académicas, románticas, familiares o hacia amigos. La verdad es que me cuesta extenderme tanto porque suelo ahogarme entre clichés baratos y vulgares.
He estado fuera del estress durante casi una semana en la que he vuelto a oler aquellos aromas verdes que me embriagan tanto como el vino mismo. He vuelto a observar aquellos trenes que sacan sonrisas e iluminan mis ojos mientras pasan por fuera de mi casa junto a la Estación en donde siempre en la noche veo la gente bajar o subir, gente triste, gente feliz, gente sola o gente acompañada, siempre ha sido así y siempre me he alegrado por las sensaciones que transmite cada personaje desconocido desolado y sentado dentro de un fierro antiguo que camina raudo por las vías metálicas. Volví a bañarme en las aguas del Bio-Bio que hace casi un mes atrás dejé botadas para conocer aguas extranjeras, la verdad es que extrañaba todo esto sin necesitar nada de aquello; Nada se compara a esto, ni siquiera el caribe, ni siquiera Cancún (en donde estuve).
La verdad, estos días me han servido muchísimo para claramente ver imágenes que creí jamás vería entre las lágrimas que me empañaban, incluso he pensado acerca de la utilidad de éstas en mi vida y en cómo no me sirven para nada, absolutamente nada (ya que no favorecen a nadie ni lograré nada), en cómo me ahogaba dentro de un sentir que en el presente no tiene sentido alguno de ser, que no vale la pena ni siquiera para redactar algo referente a ello (aunque sé que terminaré haciéndolo en algún punto de ésta carta dirigida a NADIE).
Nadie dimensiona mis alegrías cuando el tren se siente pesado y rápidamente atraviesa mi ventana sin sutileza alguna, moviendo cada partícula en ésta casa de madera que se encuentra inerte en el tiempo y en el silencio. Esto me hace danzar e incluir un cigarrillo para continuar el ritual y disfrutar a concho cualquier emoción que en el momento pase por mi "corazón". Olor a árboles, vista al río, tren pasando sin sutileza, cigarrillo entre los dedos, cámara fotográfica en el hombro izquierdo y el querer retratar cada sensación que en cada segundo se hace completamente diferente a la anterior. Creo que me falta demasiado aún para hacer eso, pero creo estar bien encaminado, por último caeré en lo vulgar para fotografiar y luego redactar alguna carta o algún escrito aludiendo a lo que voy sintiendo -con afán de orientar a los lectores que nunca leen esto-.
No me siento más fuerte ni más maduro. No me siento más independiente ni menos enamorado. No me siento más grande ni más flaco. Estoy igual, soy el mismo chico que abandonó la ciudad para secar sus lágrimas y estar tranquilo entre árboles y entre silencios, estar tranquilo en el único lugar que amo dentro de la Patria que adoro. Soy el mismo, pero... ¿Qué ha cambiado en una semana?:
No, no soy el mismo, pero aún así no me siento ni más maduro ni menos, más fuerte. Creo que como siempre sigo apreciando y atesorando cada momento que pasa por mis ojos con un afán de querer fotografiarlo, quiero darle olor a aquellos recuerdos que se encuentran pudriendo aquella sonrisa o aquellas ganas de "estar mejor", darle un color, también, verdoso y floreado que me recuerde de por qué estoy vivo en éste espacio tan silencioso y monótono. La verdad es que me he sentido bastante mal por no poder desahogarme como corresponde, de la forma clásica: Junto a un amigo y un cigarrillo; La verdad creo que es lo único que necesito, sólo eso. Me he sentido como creí que me sentiría estándolo: Solo. Es una horrible sensación y sólo tengo ganas de correr a la Universidad para así desenvolverme en lo que más me gusta hacer; desaparecer entre textos y palabras, desaparecer entre fechas y "hechos", desaparecer entre ideales y gente. Lo necesito bastante, aunque, no me quejo por estar acá ya que sé que durante el año no podré venir con mayor libertad tal y como hace una semana cogí el Bus a los minutos después de que el taxi me dejó en el Terminal.
Creo que al mirar el cielo pienso en la belleza de éste, me duele el no compartir aquellas imágenes que vagan por mi cerebro después de haber sido vistas a través de mis ojos. Me duele el no poder comentar acerca de lo grande que están los árboles o lo rica que está su fruta. Me duele no poder decir que mi ojo derecho está pésimo e hinchado y recibir algún consejo irrelevante (que obviamente no tomaré en cuenta) para sanarlo. O alguien que me diga "deja de fumar, mírate como estás". Son cosas tan pequellas que me da para pensar que siempre adorné mi vida con detalles; Siempre fue así. Siempre vi más allá de lo que nunca vi, siempre atesoré cada detalle que deslumbraba en la monotonía de un abrazo o un beso (sobretodo las miradas y las sonrisas). Afirmo, la verdad, que ya no me interesa recibir todo de nadie porque puedo guardarme a mí mismo dentro de cada huella que recorro, cada recuerdo que fabrico; Ahí estoy yo y no cabe nadie más porque no quiero que exista alguien más (soy egoísta y ególatra), creo que la soledad es una compañía bellísima que jamás te dejará solo. Esto no va ligdo a ningún tipo de sentimiento negativo, ni siquiera a alguna posible "depresión", al contrario, lo escribo entre sonrisas y me doy cuenta que estoy avanzando para mí mismo. Soltaron mi mano y supe cómo caminar pese a haber caído varias veces en el intento de pararme. Lo sé, es una realidad que me gusta y enorgullece asumir.
Ya falta poco para cumplirse un mes desde aquél fatídico día en el que nos dijimos adios. En el viaje para acá comenté entre palabras: "son tan pocos días para dejar atrás dos años" y es cierto, son muy pocos días, pero, tal cual como receta médica, primero es aquí y luego es darme de alta allá; Anhelo en demasía volver a estudiar. Me entristezco de repente, pero una caminata hacia el sur de la Estación y rodearme de árboles, cigarrillos, flores y trenes me hace sentir nuevamente vivo, no en una cantidad gigante ni exagerada, claro que no, aún tengo aquella herida que cuido para que no se infecte, es difícil pero creo va bien.
Qué días más extraños han sido estos primeros de marzo: El sol ha pegado tan fuerte que ha obligado a que nosotros camináramos al río que tan cerca de casa nos queda pese a que en las mañanas una chomba abriga mi cuerpo y me salva de no tiritar tanto mientras bebo mi café o fumo mi cigarrillo. Otros días el viento norte vuela nuestros quitasoles mientras que nos da frío entrar en la correntosa agua del Bio-Bio, no obstante, el agua pasa a ser parte de nuestro cuerpo y nos sumergimos igual. Hoy amaneció muy nublado y se mantuvo así por el resto del día, amo los días nublados y amo también el olor de estos; el aroma que emiten las plantas cuando el frío se hace partícipe de ellas. Es tan embriagante que deseo no dejar de sentir aquellas sensaciones jamás, sólo quiero hacerlas mías para por siempre porque es lo único que me ha hecho feliz durante la mi vida hasta ahora.
Tampoco sé cómo finalizar una carta tan autoreferente como ésta, da igual la forma, da igual el método, sólo lo estoy haciendo de forma correcta. Estoy finalizando las cosas bien y me he dado cuenta de la inconsecuencia de las palabras, eso me ha ayudado a concluír una bonita historia con un "final de película". Las personas no son más que finales por ende hay que aprovechar el desarrollo antes del desenlace; Yo lo hice y ya concluí, nada queda más que la libertad de decir que quiero volver a sonreír solo sin ningún tipo de cadena que quiera arreglar un final que ya no puede cambiarse.
Atentamente,
D.
Nunca he sabido cómo empezar una carta independiente a quién vaya dirigida ésta. Sean cartas académicas, románticas, familiares o hacia amigos. La verdad es que me cuesta extenderme tanto porque suelo ahogarme entre clichés baratos y vulgares.
He estado fuera del estress durante casi una semana en la que he vuelto a oler aquellos aromas verdes que me embriagan tanto como el vino mismo. He vuelto a observar aquellos trenes que sacan sonrisas e iluminan mis ojos mientras pasan por fuera de mi casa junto a la Estación en donde siempre en la noche veo la gente bajar o subir, gente triste, gente feliz, gente sola o gente acompañada, siempre ha sido así y siempre me he alegrado por las sensaciones que transmite cada personaje desconocido desolado y sentado dentro de un fierro antiguo que camina raudo por las vías metálicas. Volví a bañarme en las aguas del Bio-Bio que hace casi un mes atrás dejé botadas para conocer aguas extranjeras, la verdad es que extrañaba todo esto sin necesitar nada de aquello; Nada se compara a esto, ni siquiera el caribe, ni siquiera Cancún (en donde estuve).
La verdad, estos días me han servido muchísimo para claramente ver imágenes que creí jamás vería entre las lágrimas que me empañaban, incluso he pensado acerca de la utilidad de éstas en mi vida y en cómo no me sirven para nada, absolutamente nada (ya que no favorecen a nadie ni lograré nada), en cómo me ahogaba dentro de un sentir que en el presente no tiene sentido alguno de ser, que no vale la pena ni siquiera para redactar algo referente a ello (aunque sé que terminaré haciéndolo en algún punto de ésta carta dirigida a NADIE).
Nadie dimensiona mis alegrías cuando el tren se siente pesado y rápidamente atraviesa mi ventana sin sutileza alguna, moviendo cada partícula en ésta casa de madera que se encuentra inerte en el tiempo y en el silencio. Esto me hace danzar e incluir un cigarrillo para continuar el ritual y disfrutar a concho cualquier emoción que en el momento pase por mi "corazón". Olor a árboles, vista al río, tren pasando sin sutileza, cigarrillo entre los dedos, cámara fotográfica en el hombro izquierdo y el querer retratar cada sensación que en cada segundo se hace completamente diferente a la anterior. Creo que me falta demasiado aún para hacer eso, pero creo estar bien encaminado, por último caeré en lo vulgar para fotografiar y luego redactar alguna carta o algún escrito aludiendo a lo que voy sintiendo -con afán de orientar a los lectores que nunca leen esto-.
No me siento más fuerte ni más maduro. No me siento más independiente ni menos enamorado. No me siento más grande ni más flaco. Estoy igual, soy el mismo chico que abandonó la ciudad para secar sus lágrimas y estar tranquilo entre árboles y entre silencios, estar tranquilo en el único lugar que amo dentro de la Patria que adoro. Soy el mismo, pero... ¿Qué ha cambiado en una semana?:
No, no soy el mismo, pero aún así no me siento ni más maduro ni menos, más fuerte. Creo que como siempre sigo apreciando y atesorando cada momento que pasa por mis ojos con un afán de querer fotografiarlo, quiero darle olor a aquellos recuerdos que se encuentran pudriendo aquella sonrisa o aquellas ganas de "estar mejor", darle un color, también, verdoso y floreado que me recuerde de por qué estoy vivo en éste espacio tan silencioso y monótono. La verdad es que me he sentido bastante mal por no poder desahogarme como corresponde, de la forma clásica: Junto a un amigo y un cigarrillo; La verdad creo que es lo único que necesito, sólo eso. Me he sentido como creí que me sentiría estándolo: Solo. Es una horrible sensación y sólo tengo ganas de correr a la Universidad para así desenvolverme en lo que más me gusta hacer; desaparecer entre textos y palabras, desaparecer entre fechas y "hechos", desaparecer entre ideales y gente. Lo necesito bastante, aunque, no me quejo por estar acá ya que sé que durante el año no podré venir con mayor libertad tal y como hace una semana cogí el Bus a los minutos después de que el taxi me dejó en el Terminal.
Creo que al mirar el cielo pienso en la belleza de éste, me duele el no compartir aquellas imágenes que vagan por mi cerebro después de haber sido vistas a través de mis ojos. Me duele el no poder comentar acerca de lo grande que están los árboles o lo rica que está su fruta. Me duele no poder decir que mi ojo derecho está pésimo e hinchado y recibir algún consejo irrelevante (que obviamente no tomaré en cuenta) para sanarlo. O alguien que me diga "deja de fumar, mírate como estás". Son cosas tan pequellas que me da para pensar que siempre adorné mi vida con detalles; Siempre fue así. Siempre vi más allá de lo que nunca vi, siempre atesoré cada detalle que deslumbraba en la monotonía de un abrazo o un beso (sobretodo las miradas y las sonrisas). Afirmo, la verdad, que ya no me interesa recibir todo de nadie porque puedo guardarme a mí mismo dentro de cada huella que recorro, cada recuerdo que fabrico; Ahí estoy yo y no cabe nadie más porque no quiero que exista alguien más (soy egoísta y ególatra), creo que la soledad es una compañía bellísima que jamás te dejará solo. Esto no va ligdo a ningún tipo de sentimiento negativo, ni siquiera a alguna posible "depresión", al contrario, lo escribo entre sonrisas y me doy cuenta que estoy avanzando para mí mismo. Soltaron mi mano y supe cómo caminar pese a haber caído varias veces en el intento de pararme. Lo sé, es una realidad que me gusta y enorgullece asumir.
Ya falta poco para cumplirse un mes desde aquél fatídico día en el que nos dijimos adios. En el viaje para acá comenté entre palabras: "son tan pocos días para dejar atrás dos años" y es cierto, son muy pocos días, pero, tal cual como receta médica, primero es aquí y luego es darme de alta allá; Anhelo en demasía volver a estudiar. Me entristezco de repente, pero una caminata hacia el sur de la Estación y rodearme de árboles, cigarrillos, flores y trenes me hace sentir nuevamente vivo, no en una cantidad gigante ni exagerada, claro que no, aún tengo aquella herida que cuido para que no se infecte, es difícil pero creo va bien.
Qué días más extraños han sido estos primeros de marzo: El sol ha pegado tan fuerte que ha obligado a que nosotros camináramos al río que tan cerca de casa nos queda pese a que en las mañanas una chomba abriga mi cuerpo y me salva de no tiritar tanto mientras bebo mi café o fumo mi cigarrillo. Otros días el viento norte vuela nuestros quitasoles mientras que nos da frío entrar en la correntosa agua del Bio-Bio, no obstante, el agua pasa a ser parte de nuestro cuerpo y nos sumergimos igual. Hoy amaneció muy nublado y se mantuvo así por el resto del día, amo los días nublados y amo también el olor de estos; el aroma que emiten las plantas cuando el frío se hace partícipe de ellas. Es tan embriagante que deseo no dejar de sentir aquellas sensaciones jamás, sólo quiero hacerlas mías para por siempre porque es lo único que me ha hecho feliz durante la mi vida hasta ahora.
Tampoco sé cómo finalizar una carta tan autoreferente como ésta, da igual la forma, da igual el método, sólo lo estoy haciendo de forma correcta. Estoy finalizando las cosas bien y me he dado cuenta de la inconsecuencia de las palabras, eso me ha ayudado a concluír una bonita historia con un "final de película". Las personas no son más que finales por ende hay que aprovechar el desarrollo antes del desenlace; Yo lo hice y ya concluí, nada queda más que la libertad de decir que quiero volver a sonreír solo sin ningún tipo de cadena que quiera arreglar un final que ya no puede cambiarse.
Atentamente,
D.
2.3.12
1) Sebastián
I
Salió de su casa ubicada en la comuna de Maipú, caminó inseguro al paradero donde pasaba la micro que lo dejaba en el metro mientras secaba constantemente su frente y se aferraba a su Armani con manos sudorosas y encremadas. Caminó un par de cuadras y se dio cuenta que había perdido aquella forma tan segura de caminar y que se había vuelto algo mecánico, algo fingido, algo de "querer ser" y no "seguir siendo", es complejo lo que Sebastián estaba sintiendo en aquellos momentos, una especie de taquicardia o una crisis de pánico, no lo sabía, pero su corazón latía rápido y con tanta fuerza como aquél pensamiento que se le pasaba por la cabeza. Por un momento, mientras casi llegaba al paradero y tiraba la colilla del cigarro al asfalto, sintió que caminando por el centro se toparía con Franco, que se abrazarían e irían a tomar un café, que lo vería por en alguna de aquellas calles que con frecuencia transitaban para juntarse, o para que Franco caminara junto a Sebastián al su trabajo. Tuvo esa idea tan latente que le aterraba que se pudiera hacer realidad, le aterraba la idea de ver a Franco con su caminar despreocupado entre la gente gris de la ciudad. Incluso llegó a recordar aquella famosa escena del film Closer cuando Natalie Portman y Jude Law caminan despreocupados e indiferentes por la ciudad hasta que se logran mirar desde lo lejos y avanzan encontrándose. Estoy seguro que Sebastián quería que lo atropellasen, pero aún así la frase "Hello, Stranger" sería reemplazada por "¡Cuidado estúpido!" (Franco jamás fue tan romántico para expresarse y eso fue lo que a Sebastián le gustaba, le excitaba a veces la dureza, otras veces sólo era indiferente a ello).
Cogió la tarjeta "Bip" del bolsillo de su camisa y subió al taxibus que lo llevaría al metro. Hacía tanta calor que cuando eso pasa los viajes de cinco minutos tardan dos horas; una eternidad entre las brasas de un metal hirviendo, sentía que la vida no podía ser más caótica que en esos momentos, por un segundo se despreocupó y sólo el calor invadía sus pensamientos, había desvanecido un poco ese deseo-no-deseo de ver a Franco en el centro. Sólo se atrevió a mirar por la ventana y escuchar atento a un bebé que lloraba, Sebastián pensó que le gustaría ser ese bebé por algunos segundos, luego sostuvo la opinión de que no le agradaría ser alguien que él mismo detestara -como en el caso de los bebés llorones-; Asintió como conversando con algún conocido.
Caminó galante sintiendo que estaba en una pasarela del infierno, el semáforo estaba en rojo pero los autos no avanzaban y la gente corría al otro lado, Sebastián sólo caminó, tomaba bien tan bien su Armani que se veía elegante y seguro, aunque lo que más le faltaba era seguridad, la elegancia es fácil fingirla en un mundo tan superficial y banal donde todos se creen superiores. Aún faltaba un semáforo pero en el instante cambió a verde para cruzar. Sebastián jamás ha entendido por qué la luz verde dura tan pocos segundos, ya a la mitad de la calle palpitaba el hombre verde para convertirse en rojo. Da lo mismo, estaba bajando las escaleras del Metro mirándose en todos los espejos sin descuidar ningún movimiento y viendo qué podía estar mal en él, quizás su peinado estilo 60s era lo suficientemente alborotado, el sudor hacía que aquellos cabellos ondulados se salieran del curso perfecto de los demás cabellos, pero era fácil arreglarlo sin que nadie se diera cuenta, eso fue lo que él hizo.
Como siempre la gente gris subía y bajaba en manadas las escaleras del Metro, era difícil transitarlas, en esos momentos anheló un poco de brisa fría o que su botella de agua estuviera casi congelada, se le dificultó tanto bajar por aquellos escalones que cuando lo logró se sintió aliviado de llegar al andén en donde cogería el "tren" al centro. Fue el primero en entrar y el primero en sentarse cuando éste llegó, lo primero que hizo fue beber un sorbo grande de agua y secarse el sudor de la frente mientras, por supuesto, se arreglaba también el peinado. Acto siguiente, sacó de su bolso aquél libro que tan fascinado y triste lo tenía, "Los Puentes de Madison County", ya estaba por el final, ya había llorado con el libro y recordando a Franco en algunas frases explícitas que estaban escritas para ellos.
De un segundo a otro el viaje se hizo fugaz, entre las palabras del libro las horas se volvieron segundos cortos y ya estaba en la estación Santa Lucía. Aquí es cuando Sebastián ya estaba con el corazón en la mano, se bombeaba tanta sangre por segundo que ya realmente era una máquina de refrescos sirviendo un vaso grande. El corazón le latía al mil por segundo no-queriendo que Franco caminara por ahí aquella tarde. Salió por la entrada Norte del Metro y se dirigió rápidamente al jardín de la Biblioteca Nacional (era su sitio favorito en la ciudad, el único lugar que reunía todo lo que le gustaba; Un coche de tren, varios naranjos, las palomas y las hojas; todo era verde y tranquilo, todo estaba en su lugar). Se sentó en la misma banca en donde días atrás habían terminado con Franco; respiró hondo y recordó toda esa charla en la que cada palabra (pese a lo hermosas y acogedoras que fueron) destruyó parte de sus sueños y de sí mismo. Se sentó en el mismo lugar pero ésta vez en lugar de Franco estaba sentado el Armani ya ultrajado, Sebastián había sacado el paquete de cigarrillos, el encendedor y su libro mientras que al mismo tiempo observaba a la gente sentada en las bancas a su alrededor y la gente que caminaba de prisa por fuera de la reja que separaba el verde de lo gris de la ciudad. Buscaba inconsciente a Franco en la multitud mientras realizaba las demás acciones y disfrutaba su tan anhelado cigarrillo.Comenzó a leer sin distraerse, la gente murmuraba pero las voces de Francesca Johnson y Robert Kincaid eran más fuertes. Ellos se estaban despidiendo y nada más podían hacer, se amaron, pero luchar por aquél amor que los mantuvo felices por unos días era inapropiado ya que Francesca no quería destrozar a su familia. Las frases y las palabras pasaron rápido y por la cabeza de Sebastián pasaron los diálogos de la película interpretada por Meryl Streep y Clint Eastwood. Por unos momentos se sentía reflejado en "el último cowboy" (Robert Kincaid), sentía la fortaleza y la fuerza de Robert de querer luchar para no destruir lo que habían construido, para seguir amándose pese a todo, de vivir hasta los últimos días sintiendo aquél aroma que tanto embriagó desde el principio. Creo que Sebastián nunca entendió a Francesca y su deseo de no estar con Robert y seguir amándose como lo hicieron, nunca les faltó amor, quizás Sebastián sentía la misma impotencia, pero también sentía la resignación y asumía lo que pasaba. Una vez Sebastián dijo (después de ver por décima vez el film "Los Puentes de Madison County"):
<<Siempre que veo el film tengo la esperanza de que Francesca abra la puerta del auto y se escape con Robert, es estúpido, pero esperaba expectante aquella parte e imaginaba a Francesca caminando entre la lluvia abandonando el caos para poder ser feliz como siempre lo anheló.
Ya llegaba a la peor parte del libro cuando la gente seguía transitando por montones y varias horas habían pasado ya, no se había percatado que habían pasado como 60 páginas ya y los ojos se le humedecían cuando Francesca le dijo a Robert:
"eres demasiado sensible , percibes demasiado bien mis sentimientos como para hacerlo. Y yo tengo sentimientos de responsabilidad aquí. Sí, en cierto modo es aburrido. Me refiero a mi vida. Le falta amor, erotismo, bailar en la cocina a la luz de las velas y la maravillosa sensación de un hombre que sabe amar a una mujer, más que nada le faltas tú..."
Ahí, desde aquél momento a las hojas del libro comenzaron a caerle pequeñas y tímidas gotas que atravesaban el cristal de los anteojos de Sebastián, sentía que las palabras las había escrito él hace unos días atrás, lo que vino después fue lo más desastroso entre sus ojos pardos, fue una frase de bronce que anheló correr a decírsela a Franco, anheló por un momento que caminara por fuera del jardín, se vieran y se saludaran cordial, pero en vez de decir "hola" quería decirle:
"-Sólo tengo una cosa que decir, una sola; nunca volveré a decírsela a nadie y te pido que la recuerdes: En un universo de ambigüedades, esta certeza viene una sola vez, y nunca más, no importa cuántas vidas le toque a uno vivir".
Un guardia se acercó a Sebastián pidiéndole que se fuera porque estaban cerrando. Hizo lo mismo con un grupo de estudiantes y una pareja que se encontraban sentados en las bancas siguientes. Sólo caminó, sin rumbo caminó. Recorrió inconsciente varias calles en las que Franco solía transitar con frecuencia, no miraba a nadie pero abarcaba un amplio cambio visual viéndolo todo. En todas las personas Sebastián veía algo de Franco, cosas tan banales como irreales, buscaba entre toda la gente invisible aquél perfume, aquella forma despreocupada de caminar, aquella mirada cansada y odiosa. Se sentía solo, por primera vez se sintió tan solo e indefenso como un niño que se extravía de su madre en un centro comercial, la gente no lo miraba pero él tampoco quería que lo hicieran. Su forma de caminar ya no era segura desde hace días pero la demostró aún más aquella tarde, era como un extranjero que visita por primera vez la capital o un ciego que no ve sus huellas. Por un momento no sintió nada, sólo miraba ampliamente, había olvidado por algunos segundos a Franco, había olvidado que lo buscaba y que habían terminado ya hace días, Sebastián lucía cansado y ya no pensaba ni sentía nada. Mientras caminaba sin rumbo alguno divisó a lo lejos una cara conocida, era un amigo de Franco que se llamaba de la misma forma, meses atrás habían estado vomitando juntos en el baño hablando de desamores y Sebastián consolándolo, eran dos desconocidos que se conocieron bastante bien ebrios, vomitando en el baño del departamento de Franco (en ese entonces la pareja de Sebastián). Se saludaron como viejos amigos que no se veían (aunque nunca fueron amigos realmente, sólo conocidos) desde hace años, conversamos de la vida y ahí es cuando a Sebastián le llega el golpe y aterriza súbitamente, en ese momento fue cuando recordó hartas cosas. Franco (el compañero de vómito de Sebastián) le preguntó si iría a ver a Franco al trabajo (estaba en la misma calle). Sebastián se limitó a decir mientras pasaron algunos segundos de silencio antes de responder: "Ya no estoy con Franco, terminamos", lo había olvidado porque aún no lo asumía (y creo que le costará demasiado asumirlo). La noticia le chocó y le preguntó las razones por las cuales habían roto, Sebastián fue sincero pero no dijo mucho, no quería que lo vieran mal porque no quería que a Franco le dijeran que estaba mal, quería que se conservara la mentira de que "estaba tranquilo, que podíamos conversar tranquilamente como si nada hubiese pasado", no quería que Franco supiera eso, así que se limitó a decir que todo estaba bien, no terminamos de mala forma y seguimos hablando (no mintió en eso). Bueno, el típico consejo vino después mientras que Sebastián sonreía. Habían conversado un buen rato cuando Sebastián le dijo que tenía que irse. Se abrazaron como los buenos amigos que jamás han sido y se despidieron de forma cálida.
Ya estaba oscureciendo cuando en el "tren" se asomaban las señales de la noche. Creo que jamás disfrutó tanto un viaje en "tren" como ese, la danza de las luces de todo tipo de colores pasando a través de la ventana, las personas pequeñas caminando quedando atrás por la velocidad del transporte. Eran maravillosas aquellas luces tan ordenadas, tan diferentes, tan en su lugar, tan "en donde deberían estar decorando siempre". No importó que el "tren" estuviera lleno de gente y oliera a sudor de hombre en el vagón, se entretuvo viendo las luces y después mirando las clavículas de un joven que dormía frente a él. Sebastián siempre se ha sentido atraído por las clavículas. Estuvo un buen rato mirándolas sin que el joven se diera cuenta, además, tampoco miraba al joven de alguna forma insinuante, todo lo contrario, eran sus clavículas lo que estaba admirando.
El aire un poco más frío golpeó las gotas de sudor que en la frente de Sebastián se aferraban, estaba más cálido y el caminar a casa desde el Metro se hizo tranquilo.
Pensó que debería salir más seguido.
Pensó que debería salir más seguido.
1.3.12
50. En fin
No lloro porque te he perdido, no bebo para olvidarte ni menos sufro porque te fuiste de mi vida. Sé que estás aquí y sabes que estoy acá.
Pasé los mejores dos años de mi vida, aprendí el arte de los detalles, incluí en mi vocabulario palabras que jamás había usado tan seriamente y fielmente construí un "David" más "maduro". Me acuerdo que una vez me dijiste: "Es irónico como siempre tenemos consejos para el resto, pero nunca para uno mismo. Yo creo por eso la gente por sí sola no puede sobrevivir, necesita la compañía aunque sea de un enemigo". Aquellas palabras jamás dejaron mi cabeza, y creo que actualmente me son tan útiles como los recuerdos que juntos aprendimos a construir.
Jamás peleamos fuerte, jamás fuimos infieles a nosotros mismos, a nuestros sentimientos o a nuestra persona. Siempre fuimos uno solo y es algo que disfruté hasta el último día. Siempre te odié de la misma forma de la que te amé en demasía, fuiste el único que me descubrió al cien por ciento tal cual soy, el único que sacó lo mejor y lo peor de mi y creo yo haber hecho lo mismo. Fuimos los únicos seres transparentes que reían y lloraban como personas, como seres humanos que se han conocido desde toda la vida.
Hace días nos despedimos entre llantos mutuos, me dolió verte llorar, me dolió verte sentir culpa por algo que jamás hiciste mal, siempre fuiste bueno y jamás te he guardado rencor por nada, todo lo contrario, siempre he valorado tu forma de ser, inclusive cuando eras frío porque me dabas más espacio para demostrarte cuánto te amaba y cuán cerca estaba de ti.
(Como diría Edith Piaf: "no me arrepiento de nada. ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo eso me da igual". Es tan cierto entre cada letra el sentimiento.)
No te arrepientas por llorar que todo es un proceso, no te sientas solo porque no lo estarás jamás. Acordamos no abandonarnos pese a que en estos momentos me es casi imposible pensar en ti. Siempre fuiste un buen chico que nunca hizo nada malo. Siempre fui un buen chico que contigo estuvo en las buenas y en las malas. Sufrimos hambre y sufrimos frío, pasamos incomodidades tremendas en las que el silencio nos hizo crecer dentro de las situaciones horrendas que pasamos. Siempre estuvimos juntos, siempre tuviste un hombro en el cual llorar o un hombre con el cual desahogarte. Lo mismo yo, el estress en mis estudios era compensado cuando veía tus ojos o sentía tu cálido abrazo, aunque fuese una palabra despectiva, ahí estabas.
No quiero seguir llorando porque no te he perdido, pero me es inevitable el anhelar tu esencia en mi cuerpo, tus besos entre mis labios y tus dedos secando mis lágrimas diciéndome que todo está bien, que las hojas de otoño caerán como siempre y las recogeremos y obsequiaremos. Me cuesta seguir hablándote pese a que amo hacerlo, no quiero dejarte solo ni que te sientas solo, lo mismo yo, no deseo que aquella mano cálida que me hizo crecer en sobremanera me suelte para caminar por mí mismo.
No dejaré de amarte, nunca negaré que fuiste, eres y serás el amor de mi vida, que serás el único hombre al que amé tanto como para escribir palabras tan llenas de dolor. Pero, pese a todo, te agradezco todo; Gracias por hacerme crecer, gracias por ayudarme a que me diera cuenta para donde iba mi vida, el enfoque de mi carrera, el amor a mi familia, el amor a mí mismo y mi autoestima. Te agradezco cada momento y cada hoja seca entre tus manos. Cada fotografía y cada paso que juntos dimos.
La vida sigue, no me echaré a morir, pero lloraré y disfrutaré mi luto. Quizá suene masoquista pero no es lo que parece. Sólo quiero dejar de llorar llorando. Quiero dejar de sufrir sufriendo. Quiero seguir viviendo sintiendo. Hay que disfrutar cada proceso de la vida de principio a fin, la experiencia es hermosa, las lágrimas adormecen mis ojos.
Quiero dejar en claro que no estás solo, que yo estaré siempre que me necesites, sé que puedo contar contigo también; eso me hace sonreír mientras lloro, dejaré de llorar cuando éstas palabras terminen, dejaré de sentirme mal cuando ambos le sigamos sonriendo a la vida como siempre lo hemos hecho.
Pasé los mejores dos años de mi vida, aprendí el arte de los detalles, incluí en mi vocabulario palabras que jamás había usado tan seriamente y fielmente construí un "David" más "maduro". Me acuerdo que una vez me dijiste: "Es irónico como siempre tenemos consejos para el resto, pero nunca para uno mismo. Yo creo por eso la gente por sí sola no puede sobrevivir, necesita la compañía aunque sea de un enemigo". Aquellas palabras jamás dejaron mi cabeza, y creo que actualmente me son tan útiles como los recuerdos que juntos aprendimos a construir.
Jamás peleamos fuerte, jamás fuimos infieles a nosotros mismos, a nuestros sentimientos o a nuestra persona. Siempre fuimos uno solo y es algo que disfruté hasta el último día. Siempre te odié de la misma forma de la que te amé en demasía, fuiste el único que me descubrió al cien por ciento tal cual soy, el único que sacó lo mejor y lo peor de mi y creo yo haber hecho lo mismo. Fuimos los únicos seres transparentes que reían y lloraban como personas, como seres humanos que se han conocido desde toda la vida.
Hace días nos despedimos entre llantos mutuos, me dolió verte llorar, me dolió verte sentir culpa por algo que jamás hiciste mal, siempre fuiste bueno y jamás te he guardado rencor por nada, todo lo contrario, siempre he valorado tu forma de ser, inclusive cuando eras frío porque me dabas más espacio para demostrarte cuánto te amaba y cuán cerca estaba de ti.
(Como diría Edith Piaf: "no me arrepiento de nada. ni el bien que me han hecho, ni el mal, todo eso me da igual". Es tan cierto entre cada letra el sentimiento.)
No te arrepientas por llorar que todo es un proceso, no te sientas solo porque no lo estarás jamás. Acordamos no abandonarnos pese a que en estos momentos me es casi imposible pensar en ti. Siempre fuiste un buen chico que nunca hizo nada malo. Siempre fui un buen chico que contigo estuvo en las buenas y en las malas. Sufrimos hambre y sufrimos frío, pasamos incomodidades tremendas en las que el silencio nos hizo crecer dentro de las situaciones horrendas que pasamos. Siempre estuvimos juntos, siempre tuviste un hombro en el cual llorar o un hombre con el cual desahogarte. Lo mismo yo, el estress en mis estudios era compensado cuando veía tus ojos o sentía tu cálido abrazo, aunque fuese una palabra despectiva, ahí estabas.
No quiero seguir llorando porque no te he perdido, pero me es inevitable el anhelar tu esencia en mi cuerpo, tus besos entre mis labios y tus dedos secando mis lágrimas diciéndome que todo está bien, que las hojas de otoño caerán como siempre y las recogeremos y obsequiaremos. Me cuesta seguir hablándote pese a que amo hacerlo, no quiero dejarte solo ni que te sientas solo, lo mismo yo, no deseo que aquella mano cálida que me hizo crecer en sobremanera me suelte para caminar por mí mismo.
No dejaré de amarte, nunca negaré que fuiste, eres y serás el amor de mi vida, que serás el único hombre al que amé tanto como para escribir palabras tan llenas de dolor. Pero, pese a todo, te agradezco todo; Gracias por hacerme crecer, gracias por ayudarme a que me diera cuenta para donde iba mi vida, el enfoque de mi carrera, el amor a mi familia, el amor a mí mismo y mi autoestima. Te agradezco cada momento y cada hoja seca entre tus manos. Cada fotografía y cada paso que juntos dimos.
La vida sigue, no me echaré a morir, pero lloraré y disfrutaré mi luto. Quizá suene masoquista pero no es lo que parece. Sólo quiero dejar de llorar llorando. Quiero dejar de sufrir sufriendo. Quiero seguir viviendo sintiendo. Hay que disfrutar cada proceso de la vida de principio a fin, la experiencia es hermosa, las lágrimas adormecen mis ojos.
Quiero dejar en claro que no estás solo, que yo estaré siempre que me necesites, sé que puedo contar contigo también; eso me hace sonreír mientras lloro, dejaré de llorar cuando éstas palabras terminen, dejaré de sentirme mal cuando ambos le sigamos sonriendo a la vida como siempre lo hemos hecho.
Éste fue el segundo 27 de febrero más terrible de mi vida, pero como en el anterior salí adelante en éste también saldré sonriente.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)