I
Salió de su casa ubicada en la comuna de Maipú, caminó inseguro al paradero donde pasaba la micro que lo dejaba en el metro mientras secaba constantemente su frente y se aferraba a su Armani con manos sudorosas y encremadas. Caminó un par de cuadras y se dio cuenta que había perdido aquella forma tan segura de caminar y que se había vuelto algo mecánico, algo fingido, algo de "querer ser" y no "seguir siendo", es complejo lo que Sebastián estaba sintiendo en aquellos momentos, una especie de taquicardia o una crisis de pánico, no lo sabía, pero su corazón latía rápido y con tanta fuerza como aquél pensamiento que se le pasaba por la cabeza. Por un momento, mientras casi llegaba al paradero y tiraba la colilla del cigarro al asfalto, sintió que caminando por el centro se toparía con Franco, que se abrazarían e irían a tomar un café, que lo vería por en alguna de aquellas calles que con frecuencia transitaban para juntarse, o para que Franco caminara junto a Sebastián al su trabajo. Tuvo esa idea tan latente que le aterraba que se pudiera hacer realidad, le aterraba la idea de ver a Franco con su caminar despreocupado entre la gente gris de la ciudad. Incluso llegó a recordar aquella famosa escena del film Closer cuando Natalie Portman y Jude Law caminan despreocupados e indiferentes por la ciudad hasta que se logran mirar desde lo lejos y avanzan encontrándose. Estoy seguro que Sebastián quería que lo atropellasen, pero aún así la frase "Hello, Stranger" sería reemplazada por "¡Cuidado estúpido!" (Franco jamás fue tan romántico para expresarse y eso fue lo que a Sebastián le gustaba, le excitaba a veces la dureza, otras veces sólo era indiferente a ello).
Cogió la tarjeta "Bip" del bolsillo de su camisa y subió al taxibus que lo llevaría al metro. Hacía tanta calor que cuando eso pasa los viajes de cinco minutos tardan dos horas; una eternidad entre las brasas de un metal hirviendo, sentía que la vida no podía ser más caótica que en esos momentos, por un segundo se despreocupó y sólo el calor invadía sus pensamientos, había desvanecido un poco ese deseo-no-deseo de ver a Franco en el centro. Sólo se atrevió a mirar por la ventana y escuchar atento a un bebé que lloraba, Sebastián pensó que le gustaría ser ese bebé por algunos segundos, luego sostuvo la opinión de que no le agradaría ser alguien que él mismo detestara -como en el caso de los bebés llorones-; Asintió como conversando con algún conocido.
Caminó galante sintiendo que estaba en una pasarela del infierno, el semáforo estaba en rojo pero los autos no avanzaban y la gente corría al otro lado, Sebastián sólo caminó, tomaba bien tan bien su Armani que se veía elegante y seguro, aunque lo que más le faltaba era seguridad, la elegancia es fácil fingirla en un mundo tan superficial y banal donde todos se creen superiores. Aún faltaba un semáforo pero en el instante cambió a verde para cruzar. Sebastián jamás ha entendido por qué la luz verde dura tan pocos segundos, ya a la mitad de la calle palpitaba el hombre verde para convertirse en rojo. Da lo mismo, estaba bajando las escaleras del Metro mirándose en todos los espejos sin descuidar ningún movimiento y viendo qué podía estar mal en él, quizás su peinado estilo 60s era lo suficientemente alborotado, el sudor hacía que aquellos cabellos ondulados se salieran del curso perfecto de los demás cabellos, pero era fácil arreglarlo sin que nadie se diera cuenta, eso fue lo que él hizo.
Como siempre la gente gris subía y bajaba en manadas las escaleras del Metro, era difícil transitarlas, en esos momentos anheló un poco de brisa fría o que su botella de agua estuviera casi congelada, se le dificultó tanto bajar por aquellos escalones que cuando lo logró se sintió aliviado de llegar al andén en donde cogería el "tren" al centro. Fue el primero en entrar y el primero en sentarse cuando éste llegó, lo primero que hizo fue beber un sorbo grande de agua y secarse el sudor de la frente mientras, por supuesto, se arreglaba también el peinado. Acto siguiente, sacó de su bolso aquél libro que tan fascinado y triste lo tenía, "Los Puentes de Madison County", ya estaba por el final, ya había llorado con el libro y recordando a Franco en algunas frases explícitas que estaban escritas para ellos.
De un segundo a otro el viaje se hizo fugaz, entre las palabras del libro las horas se volvieron segundos cortos y ya estaba en la estación Santa Lucía. Aquí es cuando Sebastián ya estaba con el corazón en la mano, se bombeaba tanta sangre por segundo que ya realmente era una máquina de refrescos sirviendo un vaso grande. El corazón le latía al mil por segundo no-queriendo que Franco caminara por ahí aquella tarde. Salió por la entrada Norte del Metro y se dirigió rápidamente al jardín de la Biblioteca Nacional (era su sitio favorito en la ciudad, el único lugar que reunía todo lo que le gustaba; Un coche de tren, varios naranjos, las palomas y las hojas; todo era verde y tranquilo, todo estaba en su lugar). Se sentó en la misma banca en donde días atrás habían terminado con Franco; respiró hondo y recordó toda esa charla en la que cada palabra (pese a lo hermosas y acogedoras que fueron) destruyó parte de sus sueños y de sí mismo. Se sentó en el mismo lugar pero ésta vez en lugar de Franco estaba sentado el Armani ya ultrajado, Sebastián había sacado el paquete de cigarrillos, el encendedor y su libro mientras que al mismo tiempo observaba a la gente sentada en las bancas a su alrededor y la gente que caminaba de prisa por fuera de la reja que separaba el verde de lo gris de la ciudad. Buscaba inconsciente a Franco en la multitud mientras realizaba las demás acciones y disfrutaba su tan anhelado cigarrillo.Comenzó a leer sin distraerse, la gente murmuraba pero las voces de Francesca Johnson y Robert Kincaid eran más fuertes. Ellos se estaban despidiendo y nada más podían hacer, se amaron, pero luchar por aquél amor que los mantuvo felices por unos días era inapropiado ya que Francesca no quería destrozar a su familia. Las frases y las palabras pasaron rápido y por la cabeza de Sebastián pasaron los diálogos de la película interpretada por Meryl Streep y Clint Eastwood. Por unos momentos se sentía reflejado en "el último cowboy" (Robert Kincaid), sentía la fortaleza y la fuerza de Robert de querer luchar para no destruir lo que habían construido, para seguir amándose pese a todo, de vivir hasta los últimos días sintiendo aquél aroma que tanto embriagó desde el principio. Creo que Sebastián nunca entendió a Francesca y su deseo de no estar con Robert y seguir amándose como lo hicieron, nunca les faltó amor, quizás Sebastián sentía la misma impotencia, pero también sentía la resignación y asumía lo que pasaba. Una vez Sebastián dijo (después de ver por décima vez el film "Los Puentes de Madison County"):
<<Siempre que veo el film tengo la esperanza de que Francesca abra la puerta del auto y se escape con Robert, es estúpido, pero esperaba expectante aquella parte e imaginaba a Francesca caminando entre la lluvia abandonando el caos para poder ser feliz como siempre lo anheló.
Ya llegaba a la peor parte del libro cuando la gente seguía transitando por montones y varias horas habían pasado ya, no se había percatado que habían pasado como 60 páginas ya y los ojos se le humedecían cuando Francesca le dijo a Robert:
"eres demasiado sensible , percibes demasiado bien mis sentimientos como para hacerlo. Y yo tengo sentimientos de responsabilidad aquí. Sí, en cierto modo es aburrido. Me refiero a mi vida. Le falta amor, erotismo, bailar en la cocina a la luz de las velas y la maravillosa sensación de un hombre que sabe amar a una mujer, más que nada le faltas tú..."
Ahí, desde aquél momento a las hojas del libro comenzaron a caerle pequeñas y tímidas gotas que atravesaban el cristal de los anteojos de Sebastián, sentía que las palabras las había escrito él hace unos días atrás, lo que vino después fue lo más desastroso entre sus ojos pardos, fue una frase de bronce que anheló correr a decírsela a Franco, anheló por un momento que caminara por fuera del jardín, se vieran y se saludaran cordial, pero en vez de decir "hola" quería decirle:
"-Sólo tengo una cosa que decir, una sola; nunca volveré a decírsela a nadie y te pido que la recuerdes: En un universo de ambigüedades, esta certeza viene una sola vez, y nunca más, no importa cuántas vidas le toque a uno vivir".
Un guardia se acercó a Sebastián pidiéndole que se fuera porque estaban cerrando. Hizo lo mismo con un grupo de estudiantes y una pareja que se encontraban sentados en las bancas siguientes. Sólo caminó, sin rumbo caminó. Recorrió inconsciente varias calles en las que Franco solía transitar con frecuencia, no miraba a nadie pero abarcaba un amplio cambio visual viéndolo todo. En todas las personas Sebastián veía algo de Franco, cosas tan banales como irreales, buscaba entre toda la gente invisible aquél perfume, aquella forma despreocupada de caminar, aquella mirada cansada y odiosa. Se sentía solo, por primera vez se sintió tan solo e indefenso como un niño que se extravía de su madre en un centro comercial, la gente no lo miraba pero él tampoco quería que lo hicieran. Su forma de caminar ya no era segura desde hace días pero la demostró aún más aquella tarde, era como un extranjero que visita por primera vez la capital o un ciego que no ve sus huellas. Por un momento no sintió nada, sólo miraba ampliamente, había olvidado por algunos segundos a Franco, había olvidado que lo buscaba y que habían terminado ya hace días, Sebastián lucía cansado y ya no pensaba ni sentía nada. Mientras caminaba sin rumbo alguno divisó a lo lejos una cara conocida, era un amigo de Franco que se llamaba de la misma forma, meses atrás habían estado vomitando juntos en el baño hablando de desamores y Sebastián consolándolo, eran dos desconocidos que se conocieron bastante bien ebrios, vomitando en el baño del departamento de Franco (en ese entonces la pareja de Sebastián). Se saludaron como viejos amigos que no se veían (aunque nunca fueron amigos realmente, sólo conocidos) desde hace años, conversamos de la vida y ahí es cuando a Sebastián le llega el golpe y aterriza súbitamente, en ese momento fue cuando recordó hartas cosas. Franco (el compañero de vómito de Sebastián) le preguntó si iría a ver a Franco al trabajo (estaba en la misma calle). Sebastián se limitó a decir mientras pasaron algunos segundos de silencio antes de responder: "Ya no estoy con Franco, terminamos", lo había olvidado porque aún no lo asumía (y creo que le costará demasiado asumirlo). La noticia le chocó y le preguntó las razones por las cuales habían roto, Sebastián fue sincero pero no dijo mucho, no quería que lo vieran mal porque no quería que a Franco le dijeran que estaba mal, quería que se conservara la mentira de que "estaba tranquilo, que podíamos conversar tranquilamente como si nada hubiese pasado", no quería que Franco supiera eso, así que se limitó a decir que todo estaba bien, no terminamos de mala forma y seguimos hablando (no mintió en eso). Bueno, el típico consejo vino después mientras que Sebastián sonreía. Habían conversado un buen rato cuando Sebastián le dijo que tenía que irse. Se abrazaron como los buenos amigos que jamás han sido y se despidieron de forma cálida.
Ya estaba oscureciendo cuando en el "tren" se asomaban las señales de la noche. Creo que jamás disfrutó tanto un viaje en "tren" como ese, la danza de las luces de todo tipo de colores pasando a través de la ventana, las personas pequeñas caminando quedando atrás por la velocidad del transporte. Eran maravillosas aquellas luces tan ordenadas, tan diferentes, tan en su lugar, tan "en donde deberían estar decorando siempre". No importó que el "tren" estuviera lleno de gente y oliera a sudor de hombre en el vagón, se entretuvo viendo las luces y después mirando las clavículas de un joven que dormía frente a él. Sebastián siempre se ha sentido atraído por las clavículas. Estuvo un buen rato mirándolas sin que el joven se diera cuenta, además, tampoco miraba al joven de alguna forma insinuante, todo lo contrario, eran sus clavículas lo que estaba admirando.
El aire un poco más frío golpeó las gotas de sudor que en la frente de Sebastián se aferraban, estaba más cálido y el caminar a casa desde el Metro se hizo tranquilo.
Pensó que debería salir más seguido.
Pensó que debería salir más seguido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario