27.2.11

28. Febrero 27 (Parte I)

El festival de Viña del Mar estaba casi llegando a su fin, faltaban los Fabulosos Cadillacs y luego me iba a dormir. Previo a todo eso, estuve de jurado en el festival de la voz que se hace cada año en Talcamávida, una grata experiencia aunque agotadora. Con Rodrigo había hablado hace un rato, quedamos de juntarnos al día siguiente en Concepción para ir a comer.
La noche estaba quita y como dije anteriormente, el festival de Viña casi terminaba. El vino de mi caña se había secado y me paré por otra antes de irme a dormir. No se escuchaban trenes ya que el último carguero había pasado a las 3 de la mañana. El reloj marcó las 3:30 AM:
 Me paré tranquilo a dejar la caña a la cocina, mi tata estaba ahí sirviéndose la de él y conversamos mientras yo lavaba lo que había ocupado, cuando me dispuse a secar la loza comenzó un ruido extraño, un ruido como el que frecuentemente hacen los trenes pesados al pasar raudos por el frente a mi casa, cuando llegaba a la galería en donde se encontraba mi abuelita tomándose un té de hierbas el ruido latió más fuerte: "Dios mío, ¡se descarriló un tren!" -dijo asustada mientras se levantaba de su asiento, después de que ese ruido hiciera crujir la casa el movimiento se hizo partícipe de un pánico que nunca había sentido antes. Las luces comenzaron a explotar y destellar al compás de la loza que caía al piso súbitamente, atiné a correr la mesa para ir donde estaba mi abuelita, ella se había levantado con rumbo al televisor que sostenía entre sus brazos, gritaba desesperada, nos llamaba con miedo, corrí donde ella y la abracé, yo estaba más lúcido y sólo le mostré mi apoyo. La casa era una gelatina, se movía de arriba para abajo y de abajo para el lado, así estuvieron los segundos más eternos de mi vida, entre el sonido de la loza caer, el microondas hacerse pedazos en el suelo, el piso crujir y los rezos de mi abuelita, los segundos más terribles de mi vida en los que la incertidumbre se apoderó completamente de todo; no sabía qué había pasado y tampoco reaccioné de inmediato, ya no estaba tan lúcido cuando todo se detuvo, ya no estaba consciente. Recuerdo mis piernas que temblaban entre mis pitillos, y las manos me eran casi inútiles al momento en el que vi mi mochila (alumbrada con la ayuda de mi celular) y comencé a llenarla: Computador, cigarrillos, cámara, abrigo, poleras, ropa interior, pantalones cortos y largos, zapatillas, el cargador de mi celular y mi pendrive. Luego comenzamos a llenar bolsos con comida, chombas, pantalones, etcétera. No sabíamos qué pasaba, tomamos nuestros celulares e intentamos discar a varios números, entre ellos puedo nombrar el de Rodrigo, el de su casa, el de mis papás, el de mis abuelos ... Nadie contestaba y las señales murieron quizá en qué segundo. Nuestros celulares sólo sirvieron para alumbrar nuestros pasos, para alumbrar las cosas que estaban dispersas en el piso, los cuadros, la loza que bañaba la cocina en fragmentos de vidrios de diferentes clases y el microondas que completamente destruido descansaba en el centro de la cocina. 

Salimos al patio justo cuando otro temblor (casi de la misma magnitud, quizás) azotó nuestros cuerpos, mi abuelita estaba histérica y con mi abuelo la tranquilizamos un poco. Eran las 3:45 AM cuando nos dispusimos a esperar lo que fuese, ya "armados" y con nuestros bolsos en la mano, esperando a que el río se saliese y haya que huir a los cerros cercanos al pueblo.

La calma llegó por unos momentos, nos relajamos, prendí un cigarrillo y recién ahí, en ese momento tranquilicé mis nervios y pisé tierra. Entramos a la casa con precaución mi abuelo y yo. Mi abuelita se quedó tranquila y segura en la entrada a la galería mirando al patio, recogimos algunas cosas con mi abuelo mientras me contaba su experiencia en el terremoto de 1960 -recién ahí asimilé el hecho de que había sido un terremoto- para que yo también estuviera más tranquilo.


La noche era eterna y el sueño nos invadió de golpe, mirábamos la hora a cada hora y el reloj nos engañaba mostrándonos que habían sólo pasado minutos pobres. Cada media hora había un temblor, con los primeros me preocupaba, después me dedicaba sólo a tranquilizar. 
Cuando sentimos que nada podríamos hacer sentados comenzamos a mirar el prado, estiramos las piernas y nos despejábamos, constantemente nos acordábamos de nuestra gente y la impotencia obedecía sólo a la abstinencia. Le sugerí a mi abuelita ir caminando hacia Talcahuano, quería saber de Rodrigo y su familia, cuando me disponía a hacerlo ella me detuvo y me hizo saber que estaba equivocado, que esperáramos y que era una estupidez gigante el hacer eso. Tenía tanta razón, que al momento en el que me puse a pensar, recordé que mi pueblo está entre cerros, que era inevitable los desprendimientos de tierra y el peligro mismo del río Bio-Bio.


Los cigarrillos comenzaron a consumirse al mismo tiempo en que los minutos comenzaron a pasar rápido, no así la noche. Mágicamente el reloj marcó las 7:45AM  y aún estaba oscuro. La luna alta y grande, imponente ante nosotros aterraba con su extraña silueta, nos preguntábamos qué pasaba con ella y con la noche, ¿se habrá alterado el tiempo?, pensamos. Luego se esclareció el día, a los pocos minutos, ahí recién pudimos mirar bien lo que había pasado en la casa; cañerías rotas, trizaduras en el concreto, platos y vasos dispersos al rededor de toda la cocina, marcos rotos y en el suelo, muñecas tristes bajo la mesa del comedor, el microondas, todo estaba abajo. Ordenamos un poco y me mandaron a acostar, eran casi las 8 y sólo pude dormir hasta las 9. 
Me levanté intranquilo y ayudé a ordenar un poco. Tomé mi cámara y empecé a fotografiar algunas cosas de la casa que llamaron mi atención. Luego salí a la calle y miré que todo estaba normal, luego miré para la estación de ferrocarriles y noté que las catenarias estaban casi en el suelo y tomé registro de ello. Al rato con mi abuelita subimos al pueblo y con dinero en mano buscamos bencina. En la plaza la gente merodeaba sin rumbo, con ojos desorbitados y desolados, los negocios estaban abiertos. Entramos al negocio de Don Renato y me sorprendí tanto de lo que vi que no dudé en tomar foto de ello; Todo estaba en el suelo, había un río de licores y el olor de las mezclas era casi asfixiante, tomé varias fotografías a la gente en el negocio y al local  mismo. La gente con la que nos encontramos comenzaba a hablar estupideces y a asustar a mi abuelita: "Dicen en la 'Bio-Bio' (radio) que viene otro más fuerte a las 15:00hrs", "que se había salido el mar y Talcahuano entero estaba bajo el agua", yo sólo comencé a temblar y a preguntar por la zona en donde vivía Rodrigo, nadie sabía nada, obviamente. 
Cuando recorrimos el pueblo entero con mi abuelita, vimos que el teléfono público frente al pub estaba lleno de gente, hicimos la fila expectantes, la gente  nos decía que sólo a dos personas les había funcionado (y sin exagerar ya habían intentado otras cien), que estaba malo el teléfono. Llegó mi turno de usarlo, metí una moneda de cien y marqué a mi casa, tenía el corazón en la mano, latía sin piedad casi marcando mi pecho sobre la polera negra que traía puesta... y me contestó mi mamá, estaba yo feliz, estaban todos bien en Santiago, no había pasado nada en casa, les informé que yo también lo estaba y que nada tan grave nos había ocurrido, que estuviesen tranquilos, y cuando el teléfono marcó 59 segundos se corta... Intenté meter otra moneda pero ya fue todo inútil, pero me tranquilicé al momento de escuchar bien a mi madre.
Posterior a ello, pasamos a la estación de trenes a conversar con Don Miguel -jefe de estación, movilizador de la estación de Talcamávida, le solicitamos su teléfono pero también estaba muerto.


Esa tarde, después de haber llegado a la casa, comimos escuchando el radio, atentos a lo que decían, constantemente mirábamos el celular e intentábamos llamar, nada pasó.
Cargamos de bencina el generador que posee mi tata, no alcanzaba para tanto rato puesto, así que racionamos bien el aparato y decidimos que lo usaríamos sólo para ver las noticias en la noche cuando tomábamos once.


La noche llegó rápido y los temblores no cesaron, estábamos más "relajados" dentro de todo, pero no queríamos que llegase la noche, el temor y la incertidumbre aún estaba entre nosotros.


Esa noche, escuchamos una alarma y un camión de carabineros pasar por fuera de la casa, no escuchamos muy bien lo que decía, así que salimos y vimos una fogata que ardía en el medio de la calle, hacía desaparecer toda la oscuridad de la noche estrellada, mucha gente estaba ahí, nos acercamos para saber qué pasaba y qué verbaba carabineros en el camión:

"A todos los habitantes del pueblo de Talcamávida se les solicita resguardar sus casas y protegerlas, de Leonera informan que anda una patrulla saqueando las casas, por favor, A todos los habitantes del pueblo de Talcamávida...".

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