19.12.13

68. Ver el Fin...




No sé en qué momento los adoquines dejaron de pintar aquellas sombras que se desplazaban seguras, y que avanzaban rápido, aquellas siluetas que silenciosas se detenían para un beso tímido mientras hacían danzar algún dedo que no estuviese ocupado con un cigarrillo o un refresco. Era un viaje infinito de miradas eternas y profundas, que a pesar del calor del verano, o el frío del invierno, el ritual era constante. He conocido y sentido tanto sobre esos adoquines grisáceos que realmente mis ojos describirían bellísimas historias cual verdad expresan los latidos de mi corazón al mirarte. 
A veces cogíamos un tren que nos mostraba paisajes, otras veces un bus pero siempre existió un transporte que nos llevaba a algún lugar con adoquines para caminar, y así fue. Llenos de miradas llenas y palabras repletas que nos embriagamos con cada partícula de felicidad que había al final de la botella; aunque el camino no contemplara un atardecer que nos mostrara el final, sabíamos dónde íbamos, sabíamos que debíamos llegar al destino que eligiéramos a partir de algún mapa, pero ninguno de los dos sabía cómo era el camino que seguíamos, ya no habían adoquines y sólo piedras resbalosas, cada desafío fue un despertar para cada latido de nuestros corazones que bombeaban sangre, la sangre fluía más rápido y fina, nuestros dedos continuaron danzando en el roce constante mientras que nuestros ojos no se equivocaban jamás en acompañar sonrisas por segundo. El camino se tornó más difícil y comencé a caer por olvidar caminar, no sé cómo olvidé algo tan simple pero mis rodillas nunca habían sentido ese dolor. Cuando dejé de ver mis heridas tú caminabas un poco más adelante, retrocediste para alentarme y me levantara, lo hice, aún así caminabas más adelante que yo, tu espalda lucía hermosa a algunos metros de distancia, contemplé ese cuerpo del que estoy enamorado y corrí a buscarte para poder besarte, lo hice y seguimos caminando a paso firme al mismo tiempo que el sol se escondía y las luciérnagas despertaban para cantar, sólo que ahora tus pasos eran más rápidos que antes y el frío danzaba en nuestros cuerpos inertes que sólo caminaban sin mirar. 
Nunca pensamos que la noche llegaría y que no podríamos ver nuestros pasos, y que tampoco podríamos ver las piedras gigantes con las cuales ambos tropezaríamos. Eras tan hermoso bajo el reflejo de la luna que tu perfección no se vio nunca opacada vista desde el suelo, aunque estuvieses varios metros adelante de mi, te veía sin problemas, pero al parecer tú no me viste, estabas enojado porque caí pero no apreciaste el hecho de que me puse de pie y comencé a cojear, era difícil caminar con las piernas ensangrentadas pero lo hice sin problemas. Tú sólo seguías con prisa y la noche no concluía.
Seguiste caminando sin problemas pero no mirabas hacia atrás para ver cómo estaba, yo seguía cojo pero intentaba alcanzarte y hacerme notar bajo tus ojos negros, sólo pensabas en la sangre de mis rodillas y en las veces que me caí, pensaste que seguía en el suelo y que la flojera no me dejaba caminar, pero erraste, cojeaba tan rápido que cuando comencé a alcanzarte tú corriste, la luna ya no te coloreaba y el sendero era plano, te vi tan lejos que el frío congelaba mi cuerpo, tiritaba y corría a la vez, en ningún momento pensé si quiera en rendirme para devolverme o coger otro camino que me llevase más rápido a algún lado, no, seguía cojeando pero continué caminando para alcanzarte y rozar tus dedos con los míos que estaban helados, besar tus labios con los míos que tiritaban entre lágrimas, pero estabas tan lejos que ya no podía planear nada, estabas en un camino que no conocía y no sabía cómo alcanzarte. A ratos te veía caminando y alardeando de tus pasos, alardeando de tus conocimientos de excursionista pero también tenías heridas en las piernas porque caíste varias veces sin que yo me diera cuenta, eso creías, porque lograste ponerte muy rápido de pie. Era el fin, veíamos el fin, pero no del camino y tampoco juntos, mis caídas te significaron la impureza de mis pasos y la superioridad de tu inocencia, dabas por sentado que por haberme caído en zonas en las cuales no debí no era confiable continuar caminando juntos. No confiabas en que mis pasos querían ir a la par contigo, que mi cojera se sanaría unos metros más allá, no quisiste más que seguir solo, no quería que el viaje infinito fuera finito pero preferiste continuar sin mi. Tu terquedad y tu ceguera no pudieron más que ignorar que estaba a unos metros de ti, que en cada segundo me acercaba algunos centímetros, la noche era tan bella que tampoco observaste las estrellas que nos adornaban dentro del silencio del desierto en el que nos encontrábamos. 

Me han dicho que sigues caminando por tu cuenta, estoy seguro que te has tropezado varias veces pero no quieres que nadie lo sepa porque crees en la perfección, crees que tus pasos son los indicados y el individualismo ha despojado tus ilusiones. Jamás perdonaste mis caídas y nunca creíste que me pondría de pie, pensaste en algún momento que era demasiado flojo y esperaba tu mano con dedos tibios para que me ayudase, pero nunca me viste cojear atrás tuyo y ver que yo mismo podía ponerme de pie por mis propios medios. 

Vemos el fin de este viaje infinito y ya no somos afortunados, aunque no esté de moda ahora somos dos y ya no uno, dejamos que la casualidad más hermosa quedase extraviada en algún lugar del camino, pero así es, extraño el roce de nuestros dedos y las miradas cómplices que invitaban a un beso o a algo más, aún camino buscando tus huellas en la arena, quizás volaste o desapareciste, pero te sigo, para mi el viaje infinito continúa y cada lágrima es un clamor a tu cuerpo y alma en el silencio. Sigo cojeando pero ya he sanado. Vemos el fin que ninguno de los dos quiere, vemos el fin que ninguno de los dos siente, vemos el fin de la noche y ahora ya es de día, pero ni con ayuda del sol puedo ver tu rastro adelante de mí. 

Yo seguiré el camino aunque tropiece y recuerde que te quiero conmigo, en realidad.



10.11.13




Aunque de vez en cuando nos caigamos, debemos recordar que somos humanos y podemos levantarnos.  


Tú + Yo.







08/12/12 - 11/11/13... sumamos y seguimos.



28.10.13




....mira como te ves, 
estás más triste, 
estás más solo hoy 
de lo que estuviste ayer 
antes de perderlo todo,
hablando lo que se fue.


25.10.13

67. Soy

Una pared adornada con cartones. Un muro pintado de logros de los cuales en tu familia se sienta el orgullo cuan aroma perfuma una habitación vacía. Cinco años de estudios para que tus padres o tus abuelos, por ejemplo, vanaglorien sus referencias de mi a partir de mi título de pre-grado. Realmente, ¿eso es lo único que vale?, ¿eso es lo que seré?, ¿soy nada pese a lo nada que me siento?
El casi reglamentario pensamiento a alguien que comienza una carrera universitaria es "serás alguien en la vida", "con esto lograrás ser alguien". ¿Broma?, por ende, puedo afirmar, a partir de esos ideales, que realmente no soy nada ni nadie hasta que un cartón me defina como persona. Sé lo pésimo que soy como intelectual, sé lo que mi baja y paupérrima autoestima ha hecho de mi a lo largo de veinte años (veinte porque desde ahí tengo noción de existencia -recuerdos-), pero, realmente condicionarme a lo que un David futuro podrá ser diciendo que hoy es sólo un capullo sin inteligencia que está resguardado por paradigmas guiados por la irresponsabilidad de lo que muchos llaman flojera, ¿flojera?, yo siento que eso va mucho más allá, siento que ese concepto realmente se llama DESMOTIVACIÓN. ¿Hacia qué? Bien, en palabras de Alejandra Pizarnik, "El título y los medios. Medios para defenderme en la lucha con (contra) la vida, para que no me pisoteen. ¡Bah! Jamás voy a morir de hambre. Me entristezco. Soy un ser sin futuro. Me dejo llevar. Debe ser por eso por lo que amo las hojas. Sin embargo, debo estudiar para decir que estudio. De lo contrario no valdré nada. Mi madre quiere que estudie. Quiere que tenga un título. (Sonrío despreciativa.) ¡Qué me importan los títulos! Digo que quiero ser escritora. ¡Bah! Son cosas al margen dicen. ¡Al margen! Ellos no saben lo que es llorar sobre una hoja vacía y llenarla pacientemente con signos creados por una misma. Parece cola de magia. Llenar un cuadernillo que estaba desnudo y triste. Darle vida entregándole lo mejor que una tiene dentro." (Diarios, 2003)
 No saben. No saben que a lo que realmente quiero aspirar, no saben que ya no soy una ideología adolescente con la que pisoteaba la sociedad hace unos años. He crecido, lo sé, pero pese a eso no entiendo por qué no saben la raíz de la desmotivación. Mis investigaciones no radican dentro de aburridas cátedras sobre revoluciones latinoamericanas en el siglo XX, ni menos sobre el surgimiento de los personajes excluidos dentro de la hegemónica historiografía nacionalista, ¡nada de eso!, menos las luchas de clases que me resultan tan obvias, tan necesarias y tan aburridas. Sé de eso, no soy experto, lo sé,  pero le tomo el peso a mi intelecto cuando comprendo de ellas. Comparto el hecho de que debemos saber de todo, como me ha enseñado hasta el cansancio mi abuelo, hasta de lo que no nos interesa, pero no me hablen de flojera cuando me obligan a ahondar más en temas que la verdad no son de mi interés personal. Mis ramas académicas fotografían otros paisajes, otras miradas y otros contextos. 
Siento aquellas miradas menospreciables hacia mis conocimientos a partir de mi "flojera", o de mis ganas de masturbarme antes de estudiar el movimiento obrero de las fábricas textiles en Tomé. No miro en menos aquél conocimiento ni menos me siento superior al respecto, son las miradas casi ignorantes que aluden a visiones mediocres respecto a mi persona por mi escaso interés frente a ellas. Quiero escribir. Es lo único que tengo claro. No quiero la docencia. No comencé mi carrera aferrándome a ese sueño. No tengo la vocación para hacerlo ni menos las ganas de serlo. No me interesa.

Mi autoestima cada vez va en declive, mi vida personal cada vez es más y más compleja. Mis ánimos no son los mejores, lo sé, me esfuerzo en ser el mejor, pero realmente todo me sale al revés. 

Pese a mi crítica, pese a mi queja ahogada en el silencio de estas letras respecto a lo que es la visión clásica de una persona en el mundo académico, lo sé, estoy en crisis. Lo sé. Mi nihilismo aumenta cada día y ya poco trasciende el conocimiento que voy adquiriendo. Me empapo de él pese a no tener las mejores calificaciones, pero no necesito un sistema de números que evalúe lo que yo sé-que-sé, siento que la gente que espera calificaciones excelentes es realmente estúpida, sólo se esfuerza por una número positivo y no por lo que realmente aprendió al leer esas páginas. Aunque está bien, cada quién avanza con los zapatos que más les acomode, pero yo quiero verme bien, por eso utilizo siempre el tacón en mis zapatos bien lustrados de joven burgués. Da lo mismo cómo camine, pero siempre pretendo caminar bien, elegante y significativo, con clase y seguro de lo que soy y de cómo avanzo.

¿Flojera?
No, no es flojera. Sé que soy irresponsable en bastantes aspectos y mediocre en otros más, pero soy calculador. Maquiavelo afirma que los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos; porque el ver pertenece a todos, y el tocar a pocos. . . El vulgo se deja siempre coger por las apariencias. . . Y en el mundo no hay sino vulgo(El Príncipe). Vale decir que el juicio de los otros respecto a sus opiniones infundadas me son tan intrascendentes como cualquier materia que realmente no me importe; la conozco y la critico. Me aburro y sigo en busca de aquél interés que es el motor de mi existencia.

No me hablen sin saber de mi antes. No se refieran a David Latapiatt sin si quiera conocer lo que él sabe ni lo que él piensa. No menosprecien la experiencia porque realmente éste personaje trascenderá. Da lo mismo la baja autoestima, sé lo que soy, sé lo que valgo, sé-lo-que-sé y hasta donde puedo llegar. Da lo mismo que piensen que el (los) título lo es todo. 
Un militar no es bueno por la cantidad de estrellas que tiene en su uniforme, sino que es bueno por la forma y la inteligencia que tiene al pelear, aunque esté aún haciendo el Servicio Militar.

6.10.13

66. Éramos.

Somos más de lo que el mismo saber-pudo-saber aquél día cinco en esa cantina de aspecto deplorable, ayer se cumplió un año de la existencia de nuestro hoy, ayer, recuerdo tan lucidamente casi todo aunque ambos sabemos que no lo estábamos, ninguno de los dos sintió que esa noche hizo frío, ninguno de los dos se percató de la neblina o de los dedos congelados, ninguno de los dos sintió nada más que la presencia del otro, que el cuerpo del otro, las manos, las miradas que escapaban de la trascendencia, los ojos estaban tan cerrados que ninguno se percató de nada, nada importó, nada, no importaron nuestras penas; yo no estaba bien, tú tampoco, pero no lo supimos esa noche, aunque el diálogo sin importancia no se detenía, teníamos mucho de qué hablar, pero el alcohol nos tocó muy pronto. No fue en aquél momento en el cual realmente te vi, pero fue la primera vez te sentí, sentí tus dedos y besos que realmente me embriagaron aún más de lo que ya estaba, dedos y besos en círculos, bailando en la noche, en una noche que no tuvo sentido, una noche en la cual jamás pensamos un hoy.

Es un año, una fecha extraña y deforme, pero fue esa noche en la que unimos los destinos, nacimos de la casualidad del alcohol, de la casualidad de las lágrimas, de la casualidad de los desamores, de la casualidad de la nada misma que nos juntó aunque no de inmediato. Ambos teníamos que volver a caer para encontrarnos en el suelo por última vez, ambos debíamos besar a la persona equivocada, ambos debíamos sufrir por aquél cuerpo que nos abrazó pero que no tenía calor, un cuerpo que no trascendió, que se encontraba en el fondo de una caña  de vino y que al día siguiente no recordáramos por la resaca. 

Pasaron tantos nudos en la garganta antes de que realmente nos conociéramos, después de que nos besáramos, antes de que nos miráramos. Ya no recuerdo cuántos, no sé cuántas veces habré escapado de mí mismo e imagino cuántas veces también lo hiciste, sé cuán solos nos solíamos sentir. Cuán perfumados de tristeza éramos. El glamour de la desesperanza.
Un año del que recuerdo todo, del que no me arrepiento de nada y del que he aprendido mucho y llorado poco. 
No nos conocimos en el mejor momento de nuestras vidas, nuestros ojos aún tenían lágrimas secas y las marcas oscuras de la soledad que cubríamos con maquillaje, pese a eso seguíamos siendo apuestos. No me sentí feliz de haberte conocido, no me importó en lo absoluto dentro ese instante, sólo quería seguir bebiendo de tus besos y embriagándome con ellos después de haber fumado con mis dedos impregnados con las partículas de tu cuerpo. 

No me sentí feliz de haberte conocido ayer, pero hoy todo es distinto, hoy celebro aquella primera casualidad, hoy eres de mí y me siento feliz. Hoy no es igual que ayer, ya no hay lágrimas, ya no hay fantasmas, ya no hay dedos fríos ni ojos apagados, sólo cuerpos tibios y labios que son sólo para el otro. Te amo hoy, agradezco el ayer, ya que gracias a éste nos encontramos después de haber estado tan perdidos en el laberinto con un sólo camino. Un laberinto sin salida. Éramos y estábamos. Solíamos ser y estar. Un día ayer no fue igual.

No creo que haya sido casualidad que nuestros dos caminos se cruzaran en la mitad de ésta carretera que es la verdad, la mayoría de las veces sólo da soledad.

De pronto te amé. De pronto solíamos ser algo tan diferente que hoy sólo somos un recuerdo del ayer que vencimos. De pronto somos hoy, de pronto seremos mañana.













Gracias por ser mi mejor casualidad, mi mejor hoy y esperar el amanecer de nuestro mañana.


28.9.13

Volver...






...con la frente marchita, la nieve del tiempo la aclaro en mi sien.

27.9.13

65. Yo mismo.

                                                De mis vivencias las penas que oculto bajo una sonrisa, un cigarrillo en la mañana y no pararé jamás.  Acostumbro tanto a fumar como a sonreír para esconderme a mí mismo, ese David que habita tras una mesa en donde la luz no le llega, ese David que sólo éstas palabras escribe, ese David que llora en silencio por cada día de vida esperando el climax de su existencia. 

                                                Nada, no reprocho nada, he aprendido de ideales y sonetos, he aprendido de fábulas y cuentos, he observado las estrellas con recelo y envidia por su brillo eterno. No reprocho el silencio de una mirada ciega ni el aullido elegante de historias oprimidas (¿o suprimidas?), no reprocho nada, sólo lo que no tengo y no conozco, sólo lo que no beso ni miro, lo que no lamo y conozco, lo que no he leído ni visto. No reprocho más que lo que no he tenido. Por eso leo y observo, para sentir que alguna vez he sido algo más que nada. 

20.9.13

64. Ropero.

                                      (...) Sobre el pasto sus ojos miraban al cielo, pero su boca me hablaba sin distancia y su mente se alejaba a aquellos años en los que las arrugas sólo eran algo distante. 
Sus canas brillan al sol y sus párpados se achicaban al momento que sonreía. He escuchado historias sin fin pero creo en setenta y cinco años la eternidad ya existe. Él trabajó en FFCC del E. Él viajó en ferrocarril
como polisonte desde la infancia; él no tuvo infancia. 
Sus ojos risueños como sus arrugas también poseen la tristeza de la experiencia. Pienso que los años nos vuelven cada vez más tristes y expertos en la vida, pero cada vez nos volvemos infantes al momento que el cabello se colorea a blanco. No me detengo a parpadear pero pienso que necesito una grabadora para inmortalizar las voz de sus palabras, no quiero olvidarlas jamás aunque sé que jamás lo haré.


                                       Él es un hombre acorde a sus años, su pensamiento es bastante culto para tener una educación entre árboles (la cuál entre vinos y aire puro me ha infectado para bien), no juzgo sus actuares sino que pretendo e intento comprenderlos, es difícil ya que soy de valores impuestos, pero lo hago porque él mismo me enseñó unos cuantos de esos.
Su presente fue mejor en el pasado cuando sus arrugas no habían atacado sus párpados cansados, sé que él trabaja desde los seis años y sé también que él hasta su último día mirará sorprendido aquellos árboles que lo han acompañado desde infante, solitario.

 Orgulloso estoy de mi abuelo que cada día me enseña cómo vivir, orgulloso de cada palabra que orienta mi futuro a una mejor madurez, quizás enmendando sus errores, aunque creo que es más bien con el pensamiento que aprendió entre los bosques, entre los ferrocarriles y su arquitectura, entre agriculturas y paisajes. Aquél pensamiento ha construido gran parte de lo que ahora soy, gracias a ese pequeño hombre soy más grande, a él le debo la responsabilidad y la poesía, a él le debo la experiencia de las nubes y la rosa de los vientos, a él le debo los kilómetros que recorro y los latidos de mi corazón cuando viajo en ferrocarril. A él le debo mi vida que gracias a él los mapas son mis recuerdos.

Aún en el pasto hablándome sobre su vida sin perder voz ni letras. Yo veo sus ojos brillantes y pienso que él siente los míos, pienso que soy el único que alguna vez ha oído (todas) sus historias de su presente en el pasado. Sin vino, sólo cigarrillos, sólo yo preguntando y él respondiendo alegre como describiéndose desde el pasado hacia el futuro, jamás perdiendo aquella chispa que a sus ojos alumbra, sólo él al desnudo mientras su nieto es el fiel testigo de su vida.
¿No te das cuenta?, tu alma es demasiado joven para tu cuerpo que día a día se pone lento, tus ojos siguen brillando como en aquellos dorados años cuarenta, pero de repente no sabes hacia donde tu mirada observa.  Aún se reflejan aquellos campos inhóspitos que tus pies descalzos recorrían de niño cuando viajabas de un lugar a otro sin saber dónde ibas; tu mirada arrugada y altanera, culta y sensible.


                                         Desearía escribir su historia pero soy egoísta, sólo yo quiero conocerla porque siento que nadie se ha sentado como yo a fumar y escuchar la voz sincera del brillo de sus ojos mientras sus labios sonríen cuando de repente cae una vergonzosa lágrima.
¿No te das cuenta?, con tu experiencia los vacíos ya están llenos y el cemento no se quiebra. Los puentes siguen de pie. Los trenes ya no son los mismos que tú mirabas desde abajo hace años, pero  recorren las mismas vías en las que tú arreglaste lejos de tu familia, con frío y hambre, sed y calor, solo con tus ideas de un mundo mejor, solo con ese corazón pobre que bajo el sol trabajaba para que el pan jamás faltase.
  
Mi abuelo, mi amado hombre, mi ejemplo, el que me enseñó el amor por el vino y de su sangre el de los ferrocarriles. ¿Cuántos trenes él vio con admiración desde los andenes o suelos mientras él vivía?. Aquellos trenes que tanto amo y estudio son los mismos que hasta día de hoy ve desde la puerta de su casa en silencio, junto a sus recuerdos, su vida entera. No dejes que el brillo de tus ojos apague la luz de tu alma, no te opaques ni apoques a una caja de madera, aún tienes muchos pasos para dar.



5.7.13

63. Sangre

"La sangre correrá igual", yacía escrito entre mis hojas vacías que se llenaban de tinta al mismo tiempo que la lluvia golpeaba fuertemente mi ventana, en el mismo instante que el viento sacudía y desnudaba aquellos árboles que ya no eran de otoño. No sabía qué más escribir porque las gotas parecían cristales pegados al paisaje. Triste. La mano temblorosa comenzó a moverse cuando el corazón volvió a latir. Aquella oración que ocupaba el primer párrafo de mi escrito  comenzó a complementarse poco a poco, letra por letra en cada segundo, a través de esos segundos que ahora son minutos, que, remontándose al pasado no pisado, de un momento a otro trasciende dentro del presente.

Juglares cantando en silencio bailan al ritmo de un corazón que late. La luna yace impune e incolora, el planeta da la vuelta tan rápido que el refugio que construimos entre las sábanas es práctico; no avanza el reloj cuando te acuestas en mi pecho y yo beso amoroso tu frente. Tu brazo me amarra aunque no deseo escapar, tu aliento respira dentro de mi aliento después de que las estrellas son cubiertas por nubes de lluvia. Tu nombre es partícula, partícula que de forma de sudor ilumina mi rostro entero y juntos somos luz, dentro de nuestras bocas, dentro de nuestros cuerpos que siguen danzando sin plañir.

Somos envueltos en pieles vivas, un rompecabezas de terciopelo azul se arma. No sé si sigue lloviendo, o si volverá a llover, el invierno abyecto es noble para los que gustan de un buen café y un paisaje verde. Abrázame. Sigue. Ahora fumaré a destajo.
No sé qué pasa afuera, no sé si hay más nubes grises a punto de explotar ni la hora que verba el reloj, sólo sé que nuestros corazones bombean la misma sangre cuando me tomas la mano. Luego te miro y existimos. Luego te beso y me abrazas, luego aprieto mi cabeza contra tu pecho  como si fuese ayer, hoy, queriendo hacerlo mañana y pasado, hasta que nuestros corazones dejen de latir. 
"La sangre correrá igual", pero al unísono, al mismo tiempo, hasta que, como un cerezo, florezcamos junto al sol. 

10.5.13

62. Un día ayer



Fue un día ayer que presente hoy se mantiene entre mis ojos, la esencia entre mis dedos es mañana lo que conservé desde ayer masticando entre mis dientes las partículas de tu cuerpo, que aún están entre mis poros. Tu perfume, tu sudor, tus caricias y tus sonrisas, eso recuerdo y eso siento, eso conservo y sonrío al respecto.
Son dos meses de cerros que tenemos que subir y bajar con bastante peso sobre nuestras mochilas, de repente nos cansamos, pero siempre estamos en la hora de volver a nuestra hostal, siempre queremos volver a vernos viéndonos en cada instante que pasa en el reloj. Te llevo en mi piel, dice la canción, mi corazón haz sabido cuidar, digo yo. Aquellas partes ya rotas que antes estaban desquebrajadas en invierno y primavera has sabido pegar, hoy por hoy creo que llevas un buen trabajo, casi una obra de arte, pero falta; no te preocupes que estoy ayudándote. Juntos pegando aquellas partes de corazón roto con algún pegamento inquebrantable que fabricamos nosotros mismos, juntos escribiendo aquellas frases de amor que despiertan a esas libélulas danzando en el estómago, que a su vez, cristalizan los ojos que reflejan nuestro cuerpo mutuo. 


Fue un día ayer caminando entre árboles  pisando adoquines sin caernos, fue un día ayer que el cielo celeste contrastaba con las hojas amarillas, casi anaranjadas, con nuestros zapatos bien lustrados, pisándolas sin piedad mientras que los grises edificios nos miran con recelo cuando sentados en la banca verde nos encontramos fumando un cigarrillo, yo, mientras me miras esquivando el humo que se dispersa entre más humo de la ciudad de Santiago. Son dos meses de caminatas y lágrimas, de sonrisas y orgasmos en los que tengo la tetera puesta para que tomemos desayuno para que conversemos sobre eso, y lo otro, o eso mismo que pensamos sobre lo otro. Quizás una monarquía, quizás un príncipe o el rey con sus esclavos; somos tan académicos como amantes dentro de la cama infinita como diccionario, somos tan grandes como pequeños entre verborreas infantiles o diálogos profesionales que concluimos con aquél beso fugaz que conlleva a mirarnos por tanto tiempo como pasto en los bosques que conozco. 

Lejos ya están nuestros paisajes pasados, lejos ya están aquellas sensaciones que los esquemas juveniles condicionaban nuestra existencia, pero presente está el presente que vivimos en cada momento, estamos tan cerca de nosotros mismos que nuestra presencia pone la mesa del desayuno con un café bien cargado y un pan con huevo revuelto mientras pasa el tren a lo lejos; te prometo que después te llevaré a verlo, sólo termina tu café.
Fue un día ayer, mi amor, un día ayer que dejé esas heridas atrás para poder caminar junto a ti, fue un día ayer cuando comencé a sonreír como jamás creí que volvería a hacerlo. Escribimos nuestros ojos a favor de lo que hemos llevado sintiendo entre tic-tacs del reloj que no ha parado de sonar desde que te vi. Gracias por el día de ayer, gracias por el día de hoy, sigamos entre adoquines, sin caernos, hasta mañana. Estamos en la hora de llegar a nuestra hostal. 
 

7.4.13

61. Afortunado, aunque no esté de moda



Como si ya fuera una costumbre ritual el otoño colorea las calles de la aún calurosa metrópoli, dándole a ésta una melodía silenciosa, monocromática, y desgastada pero ya no solitaria como en aquellos alfabetos tristes que inventé por mucho tiempo. No temo al otoño ni menos a la lluvia, no temo a sombras húmedas ni a adoquines grisáceos pisados por mis botas negras. Camino y avanzo.
Todo lo que alguna vez  importó  se esconde en el mismo lugar por donde el sol se acurruca; donde el frío comienza y las nubes se oscurecen, pero no tengo nada más que perdonar solo las huellas que he pintado y conocido a través de mis largos viajes por distintos cielos sin límites. A partir de ese momento deberé contar lo mucho que he visto, lo vívido que me he sentido, y lo nítido de mi presente. Debo contar que desde hace mucho que no sonreía sintiendo desde el fondo de mí mismo aquella felicidad intoxicada de recuerdos que me limitaba a observar. 
El otoño aún no llegaba en ese entonces pero no importó tanto en aquellos momentos, caminé de dos formas y en dos sentidos, ésta vez no fue como estaba acostumbrado a hacerlo, sino que ésta vez no andaba solo. Éramos dos solitarios, amargados, e infelices entes caminando juntos con el corazón destruido, sólo éramos conscientes que el desconocido sur nos esperaba y el viento nos desnudaba. Cada paso hizo que conociéramos nuevas experiencias en nuevos sitios, maravillosos sitios manteniéndonos insomnes ante paisajes de luces y árboles verdes, araucarias altas y lagos celestes, niebla espesa, ferrocarriles a vapor y arquitectura vieja. ¿Recuerdas?. Vivimos una realidad onírica la cual nuestros pasos eran la brújula que al amor aumentaba la intensidad. Cada día añoro aquellos recuerdos, cada día pienso que el abandonado Hotel Marsano en Temuco me unió aún más a tu cariño. Juntos hicimos que el avanzar por dentro de la geografía derribara nuestros propios límites; cada día tomamos nuestras manos más seguros de lo que sentíamos. La niebla era espesa pero podíamos vernos. Los techos eran altos pero aún así alcanzábamos a  mirar por las ventanas hacia la cordillera. 
Nuestros pasos nos acercaban alejándonos del punto de partida, cada beso y caricia me hizo tocar el presente y sentirlo tan real que por algunos momentos desconfié de su veracidad. Me estremecí, mis huesos se calentaban y mis músculos se relajaban; hace tanto que no me sentía tan vivo dejando atrás mi piel gastada. Jugaste a unir mis trozos destrozados, fuiste silencioso y coqueto, lo hacías mientras dormía. Al despertar me sentía fresco y libre. Cuando dormías hice lo mismo. 
Llegamos al destino que quisimos dentro del mapa y lo adornamos con besos y errores, lo coronaste con aquella etiqueta que me aterraba pero nos definiste tan bien que lucíamos muy guapos juntos. Te quise hasta el día de hoy y hoy te quiero aún más, te deseo desde el primer día y mastico tus deliciosos labios sin cansarme nunca. Me he aferrado a tus manos como tú a mis ojos, me has sentido seguro borrando aquella inseguridad a la cual ambos estábamos acostumbrados, hemos llenado de sonrisas la noche y hemos recurrido al alcohol no para intoxicarnos en lágrimas, sino que para compartir juntos una realidad diferente y colorida.
Aquél viaje me hizo conocerte y conocerme, quererte más sin dejarme de querer un momento, agradecerte los pasos y las huellas que temerosos marcamos por adoquines y caminos de tierra, entre árboles y nubes, mojándonos en la lluvia o en un río en San Rosendo bajo un puente. Besándonos frente al Calle-Calle en Valdivia o extrañando nuestros cuerpos  en Lonquimay. Eres más de lo que pensé que serías, eres más de lo que pedía y me llenas de hojas de otoño que pisamos juntos con nuestros lustrados y elegantes zapatos. Agradezco los paisajes porque entre ellos abandoné una pena que volaba cada día, una pena con nombre y apellido que ha quedado atrás en el andén de la estación mientras nosotros abordamos el tren hacia el presente.

Agradezco nuestro primer mes, nuestro mes de etiqueta y canciones bonitas, de fruta y té. Somos afortunados porque nos tenemos, somos afortunados aunque no esté de moda. Me has sanado y yo te quiero, ahora tomaré tu mano más fuerte y sé que no soltarás la mía. Aún quedan paisajes, guardemos pulmones para gritar fuerte, ya que también, quedan muchos momentos para sonreír. 


Gracias. Hoy quedamos los que puedan sonreír.